LA CRUZADA EUTÓPICA

 


Decía Laura Esquivel en su arrolladora ley del amor que “Es muy fácil detectar el desorden en el mundo real y tangible. Lo difícil es encontrar el orden de las cosas que no se ven”. Y tal vez sea ese orden tan difícil de encontrar el que nos desliga diariamente de este mundo, que en principio es tan real y tangible. Estamos a pocos días de renombrar, como cada año, nuestra particular esperanza para comenzar a declinar este tiempo limitado entre una anualidad y otra. Comenzaremos a refugiarnos de los días ya pasados, donde quedarán muescas de penas y alegrías para alentar ese futuro que siempre provoca la ansiedad de lo no conocido. Por su parte, nuestros representantes políticos han iniciado su final de medio curso con su fiesta constitucional, donde cada uno teatraliza su guión de acuerdo a sus propios principios y ante la mirada atenta de nuestra ley materna que tanto redime la estrategia de cualquier esquina ideológica. Nos es fácil localizar demasiados desórdenes actuales que parecen estar más cerca del interés propio que de la propia colectividad social. Amaestramos nuestros sentimientos para empoderar lo concreto bajo el barniz de los colores y polarizamos soluciones como refugio a la mala praxis política. Mientras tanto, la inmensa mayoría damos por concluído este tiempo de respuesta real a lo que más nos interesa, y que debería saber más a pluralidad que al angosto camino solitario de los problemas. Seguimos ensimismados en esta cruzada eutópica que nos guionizan diariamente para ganar con el relato de parte, relegando realidades que subsisten desordenadas en nuestra vida cotidiana. Gracias a ello, los parlanchines de siempre, porque siempre han existido, deambulan entre micrófonos para alimentar una nueva estrategia con la que seguir ocultando el método que nunca se ve. Atendemos mucho más a los desórdenes que nos detallan entre voceríos de turbación que a las soluciones que ordenan más allá de nuestro propio interés, olvidando que contamos con nuestro cuadernillo constitucional para encontrar la armonía social de todos nosotros. Tal vez, como menciona Esquivel sobre el amor que se siente o no se siente, podríamos reconocer que en estos tiempos casi nos queda, como rescate, reponer nuestra apuesta valiente que nos lleve por el camino del respeto y la tolerancia que acomode nuestra convivencia. Pero para ello todavía tenemos que ganar la dicotomía de la realidad.



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