EL GUARDIÁN DEL ABISMO
Decía Joseph Campbell en El héroe de las mil caras, que “en vez de limpiar su propio corazón, el fanático trata de limpiar el mundo”. Una hazañosa actitud que deambula en este tiempo ingrato de escepticismo social. Un magma impregnado de la mitología de siempre, donde se corre el peligro de abaratar ese esquema del monomito ante cualquier reclamo a la aventura del héroe. Consideremos que en nuestra actualidad dejamos de segundones a quienes aprietan sus zapatos cada mañana, con la incertidumbre que genera la propia vida sin necesidad de ninguna revelación trascendental para salir de tantos abismos verdaderos que nos entorpecen la realidad. Parece que siempre buscamos a cualquiera que pueda ser llamado a la aventura de salvar nuestra existencia mediante la superación de una prueba suprema y conseguir esa bendición redentora para todos. Un esquema mitológico que repetimos diariamente gracias a esa necesidad de autoreconfortarnos con las dádivas o infortunios de nuestros héroes portavoces. En verdad, si seguimos incidiendo en esta alegoría de arquetipos, nos encontramos con una estructura heroica o pusilánime que persigue desvalorizar el mensaje social y el contexto político. Algunos de nuestros representantes ya se han acuñado en el pecho el ciclo de la muerte y la resurrección metafórica, tan común en la retórica de los grandes estadistas que tratan de vendernos su propia negligencia con el subsiguiente renacimiento de su etérea diligencia, fiando todo a la paciencia social para conseguir el éxito tras la no expiación de sus propios errores. Nos gusta jugar demasiado a los héroes por esa necesidad de que lideren lo que nosotros vivimos y reemplacen nuestro sufrimiento con el titán que todo lo puede. Una actitud que desgraciadamente encumbra a muchos indolentes que terminan liderando la limpieza de este mundo sin pasarle ni una cepillada a su propio corazón. Nos reconfortamos con la utilización de los sentimientos airados para expiar nuestro propio abismo, tan falto de certezas y diagnósticos. Utilizamos el dolor de unos pocos para abanderar demasiada desidia sobre nuestra propia responsabilidad. Y una vez más, retorcemos las circunstancias para ocultar la realidad que tenemos delante de nuestras narices. A pesar de todo, los hechos y sus estados siempre nos dejarán una parte objetiva de lo que defendemos o atacamos y, con todo, seguirán aprovechando el periplo del héroe enarbolando con facilidad las banderas de la sabiduría como justas guardianas del umbral de la deseada transformación de unos pocos. Tal vez como le dijo el maestro Yoda al caminante del cielo, es tiempo de dejar de intentarlo para hacerlo o no hacerlo. Porque las hechuras siguen estando en nuestras manos, sin necesidad de centinelas con mil rostros que terminarán poniéndonos la careta que más les convenga.
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