EL ALMA SIN CULPA

 


Reconozcamos que hemos asumido con cierta dejadez ese impropio victimismo de los seres sin alma. Esa actitud que nos desalienta de la enseñanza crítica sobre nosotros mismos para así dejar de asumir nuestra particular responsabilidad personal sobre todo lo que nos rodea. Seguimos picando piedra en ese exhibicionismo diario en el que, bajo el envoltorio de las relaciones socio-digitales, dejamos nuestra huella cual nuevos eruditos de la filosofía vital. Y de esta forma tan descompensada continuamos haciendo el caldo gordo a esa nueva actitud de justificación infinita, por aquello de excusarnos para lanzar la responsabilidad al contrario. Ya lo decía Concepción Arenal: “cuando la culpa es de todos, la culpa es de nadie”. Y si revisamos los dossieres mediáticos, acertamos con esa posición, nada novedosa pero sí muy efectiva y efectista. En este nuevo juego político, la estrategia es simple y facilona para desviar la atención sobre la imprescindible crítica a la responsabilidad del cargo, ésa responsabilidad que, por su propio peso y condición, amplifica aquellos errores que siempre tienden a uniformar la deslealtad hacia los hechos. Y hemos llegado a tal nivel de inmolación partidista que empieza a ser un desaire seguir pidiendo explicaciones.

Esta descortesía hacia nuestra propia conciencia nos desacredita como sociedad, donde observamos nosotros mismos esa pericia con la exigencia diaria y donde nos cuesta mover la silla para posicionarnos en el juego limpio que reconoce las equivocaciones reales con el fin de ganarle la partida al futuro. Y, sinceramente, con esta retórica de la culpa seguimos enmascarando la responsabilidad pública de la misma manera que retorcemos el conocimiento y la reflexión. Una maniobra bien acomodada para quienes deben dar la cara por su gestión y siguen a las espaldas de quienes se atreven a delirar su propia tragedia. Hace ya demasiado tiempo que hemos vendido nuestra irreemplazable visión crítica de los hechos a quienes nos representan desde el sillón cómodo de la octavilla de turno. Tal vez hemos movido el sitial de todo lo que nos rodea para deteriorar el análisis de la reflexión ética, dejando la culpa en demasiados sentimientos embaucadores y arrebatando a la verdad el consentimiento y la responsabilidad de los hechos. Lo peor es que, justo, en ese punto, dejaremos que el verdugo pase a ser el damnificado y el resto seguiremos mimando el relato equivocado que nos terminará robando el alma.

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