UN ADIÓS A LA CHICA YEYÉ

 



Irremediablemente la vida, entre sus días y sus noches, sabe de quienes se van y los que llegan de buenas a primeras. Por una vez y coincidiendo el final de la semana con esas despedidas a quienes acompañaron las reuniones familiares sesenteras alrededor de la televisión del blanco y negro y su tránsito al color y las pulgadas, nos dejaremos unas letras para una parte de la generación que comienza a desfilar entre los recuerdos de aquella posguerra española que tanta desmemoria reparte entre las generaciones presentes.

Una generación que supo lidiar entre censuras y silencios para seguir repartiendo esperanzas por nuevos tiempos que trajeran más luces hambrientas de libertad. Una palabra que desgraciadamente en estos últimos años ha sufrido la fagocitosis de un sistema de propaganda que abochorna hasta al más pintado. Ya lo decía Platón, que “la libertad significa ser dueños de nuestra propia vida”. Y de eso sí que sabemos bien en estas últimas décadas por aquello de tomar decisiones para con nosotros mismos y bajo el buen hacer colectivo de la decisión y la elección. Una gestión de la libertad que algunos quieren seguir levitando por encima de las circunstancias por aquello de utilizar cualquier concepto para romper la convivencia y designar con el dedo santero que sólo ellos tienen razón.

Así las cosas, es cierto que la suerte de formar parte de la memoria vital de un país nos deja con el reconocimiento de toda una sociedad que ha crecido entre la farándula donde soñar y la alegría de cambiar demasiadas cosas para ser un país mejor. Precisamente esto último es lo que vamos dejando peligrosamente en el olvido, ganando valor el individualismo del poder donde no se discute nada porque no se necesita nada para llenarse de razón. Y claro, así nos podemos estar perdiendo una buena parte de este estupendo país que ha sabido salir demasiadas veces de la estrategia autócrata para regresar a nuevas formas que siempre saben de innovación y lealtad histórica. Esta tierra nuestra sabe de demasiados siglos y estirpes para dejar a un lado parte de ella misma. Y en eso hay que reconocerle a muchas chicas yeyés que cantaran el alegato rebelde de querer ser artistas, traspasando los límites de aquellos tiempos donde nadie podía ser dueño de su propia vida. Será ahora entre el recuerdo y la destreza de la memoria donde quedarán los mejores momentos de quienes reordenaron sus hazañas y donde también se les quedó alguna hojarascas de decepción. Una decepción tan propia para todos los que vamos cumpliendo años y miramos con el rabillo del ojo ciertas deslealtades con la historia y la inteligencia tan propios de otros tiempos, y que ahora rearman demasiados discursos populistas donde nos llaman a la inoperancia intelectual. Tal vez en este arrebato a despedida nos quede solamente la virtud de retomar la alegría por un país que sigue siendo mejor que nuestros gobernantes. Todavía tenemos una buena esperanza porque seguimos cuidando nuestra libertad.

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