OTRA VEZ

 


A pesar de la muletilla conversacional sobre eso de que el pasado nunca vuelve, admitamos que en diversas situaciones rescatamos tozudamente ese tiempo pretérito tanto en el fondo como en la forma. Y sinceramente, es difícil sacar algo certero de esta estrategia de ombligo donde, como decía el político y primer ministro inglés Harold MacMillan, “deberíamos usar el pasado como trampolín y no como sofá”. Pues una vez más quienes deberían gestionar lo de todos han decidido echarse un rato en el diván de los recuerdos para reforzar esa idea de que la ciudadanía ya engulle para que salga por donde mejor pueda. Hay que reconocer que para justificar e
ste trabajo de diván se necesita una buena argumentación siempre a la orilla de la mentira y un tiempo prudencial para cultivar un buen cabreo de la gente. Una vez más, y puestos a seguir en esa captación in extremis del seguidismo público, los hechos quedan relegados a la anécdota para entramar una historia que les venga bien a los responsables. A partir de ahí reaparecen las comparaciones con catástrofes pasadas y la sed de vendetta de algunos políticos aterrados con la certeza. Mientras tanto, seguimos mirando a la orilla de esa mar que sabe más que nosotros y advierte dónde expulsar las vergüenzas de una civilización que nunca aprende nada de sus propios actos.

Una vez más el fetichismo de la clase política juega a los tronos de la cirugía socio-política para decidir qué hacer con nosotros. Desde una convocatoria de elecciones, por aquello de aprovechar los empujones, hasta acallar lo que no viene bien en esa estrategia de desgaste que tanto olvida la acción diaria de quienes somos representados.

Nada es comparable con el pasado ni las circunstancias pueden acompañar a las mismas decisiones, pero sí que nos sonroja la cara si nos espeta la peor de las realidades al comprobar que no aprendimos nada mientras, eso sí, seguimos apoltronados en el sofá para verlas venir. A pesar de los protocolos surgidos de aquella desgracia ecológica del Prestige, hay que concluir que, una vez más, se antepuso el protocolo de salvamento electoral como antítesis de las verdaderas y necesarias prioridades. Una dicotomía discordante para rendir cuentas de la gestión a la ciudadanía a la que piden el voto. Otra vez contamos, como no podía ser de otra manera, con el ejemplo de la voluntariedad de la gente para asumir derrotas con el daño a nuestros océanos. Y, por supuesto, algunos tendrán que aguantar, porque les va en el sueldo, la potestad de la gente de volver a las calles para reclamar responsabilidad y acción. De nada nos servirá seguir amasando argumentarios donde hasta los propios imaginan que arrasarán en las urnas a pesar del desquite con sus obligaciones en ese equilibrio virtuoso para llamarnos tontos en nuestra propia cara. Creo que los cantos de sirena de algunos teóricos de la publicidad política seguirán buscando las lágrimas de las ninfas oceánicas en un botecito de cristal sin reparar en quienes las recogieron a golpe de tamiz de realidad.


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