LA SOLEDAD DEL TIEMPO







Tal como expresaba Hipatia de Alejandría, “la verdad no cambia porque sea o no sea creída por la mayoría de las personas”, y ese sí que es el gran logaritmo de nuestra comunicación actual. Sobrepasamos las posibilidades de nuestro tiempo buscando la afirmación de todo aquello que sentimos y pensamos para encontrar nuestro lugar en esta variopinta diversidad que intentamos desechar por aquello de superar mayorías. Tal vez, por ello, simplificamos argumentos para hacer repensar a la globalidad que imaginamos sin necesidad de conocerla. Intentamos demasiados simplismos para embaucar a la totalidad en un esquema programado de aceptación de mensajes y olvidamos los matices que son la esencia de la vanguardia diaria. Tengo la sensación de que, a pesar de todos estos esfuerzos, sufrimos esta soledad social donde es difícil reparar tantas naderías que terminan engalanando las portadas de diarios y los trending topics de turno. Tal como decía nuestra mártir del pensamiento, las verdades acallan demasiadas conciencias para vapulearlas en el despropósito público. Ejemplos de ello salpican nuestra actualidad diariamente, robando protagonismo a la certeza con mensajes que saben más al absurdo que a la veracidad. Y todo gracias a esa dicotomía entre verdades que los de siempre aprovechan para descarrilar los datos y las evidencias. Precisamente, este podría ser el gran argumento para entender el bajo nivel de implicación pública de la gran mayoría de la ciudadanía. Nos hemos aburrido demasiado pronto de lidiar con los contrapesos de la demagogia para seguir dejando bien apuntalados a los voceros de turno. Nos seguimos reagrupando en esa espiral de silencio para engrosar el individualismo y la obcecación del pensamiento. Y todo ello gracias a esa nefasta costumbre de la equidistancia de posiciones que desordena la claridad para defender la mendicidad de los eslóganes. Hemos asumido muy fácilmente esa bipolaridad del pensamiento donde todo se queda en el blanco o negro, pero olvidando todas las tonalidades que conforman la realidad social asentando nuestra seguridad en el linde pernicioso de la intolerancia. Tal vez, como explicaba la inventora del densímetro, “la sabiduría comienza con la duda”. Y ciertamente, sin ese recelo, el tiempo nos dejará demasiado desamparo para construir alguna esperanza.

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