ENTRE NECIOS

 



Tras superar esta temporada de buenos deseos y demás aprecios a lo más sensible de nosotros mismos, regresamos a ese mundo cotidiano que atina siempre con nuestra existencia. Dejamos atrás esos excesos navideños para volver a encauzar nuestra vida a las cosas más certeras que nos rodean. El que más y el que menos, y tras su enésimo compromiso personal, tendrá un nuevo objetivo en la mochila que tantas veces hacemos y deshacemos. Una vez más reafirmamos nuestra cultura social con la nostalgia de nuestros recuerdos y la estridencia presente sobre celebraciones populosas por aquello de parecer el personaje del mejor spot publicitario. Así que nos vemos de nuevo metidos en harina para sacar adelante este nuevo año que vendrá como casi sin querer, a excepción de esas cosas del destino que, finalmente, siempre rondan por encima de nuestras cabezas. Por todo ello, es tiempo de acelerar el paso nuevamente, mirar de vez en cuando el cielo y casi rogar aquello de quedarnos como estamos. Volvemos al redil de los horarios, el itinerario laboral, los precios y sus subidas, y de acuerdo a nuestro nivel de cabreo, nos alinearemos a esas corrientes paroxísticas del sentir popular tan alejadas de ese concepto ya casi olvidado de la opinión pública. A pesar de lo que nos exponía el filósofo alemán Habermas sobre el verdadero surgimiento de ese debate público basado en la crítica y propuestas diversas, por lo de tomarse en serio la deliberación del pensamiento, nos hemos puesto las zapatillas deportivas para dar por válida cualquier certeza tan arrimada al mundo del berretín interior y darle el nombre de opinión. Eso sí, gracias a ello, y a pesar de lo que nos quejamos de ese populismo ruidoso y papista, olvidamos nuestro deber de formar y reformar nuestra opinión bajo el trabajo diario de conformar y deliberar nuestro pensamiento para alcanzar nuevos juicios enriquecidos entre todos. Tal vez sea el tiempo de recordar lo más básico del pensamiento kantiano y darle una oportunidad a ese apotegma de que “el sabio puede cambiar de opinión. El necio, nunca”. Una esperanza racional que en los últimos tiempos parece una afrenta social y pública para seguir polarizando socialmente y romper cualquier posibilidad de diálogo y entendimiento. Tenemos un nuevo año con un día más para experimentar demasiados desquites con nuestra democracia y sus valores superiores, tan olvidados por quienes supuestamente se preocupan, y deberían hacerlo, cuando ejercen la portavocía social. Nada nos vendrá mal si somos capaces de reintentar el argumento frente al pensamiento único, que solamente nos debilita como ciudadanía para dejarnos arrinconados en un tiempo que entrona demasiados necios con chaqueta de influencer. Porque como todo lo público, la opinión sigue siendo el arma para notificar nuestra esperanza social. Y algunos, desgraciadamente, lo saben.



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