EL OPÚSCULO DE CADA DÍA
Decía Quevedo que “la soberbia nunca baja de donde sube, pero siempre cae de donde subió". Un atributo vital del ascensor social en el que intentamos posicionarnos diariamente sin resolver necesarios futuros. Nuestro tiempo empieza a desmadejar demasiados hilos conductores donde enrollar excesos argumentarios y extravagancias relacionales. Somos capaces de reunir objetivos opuestos para intentar desarmar con altivez cualquier detalle contrario a nuestro parecer. Misma estrategia para perdonar los mentideros propios en esa apuesta jactanciosa de lo que pensamos y defendemos.
A pesar de la propia soberbia en lo político o comunicativo, el contexto actual sigue siendo la suma de las voluntades sociales de las que siguen bebiendo los mandatarios y líderes de opinión. Hay que reconocer que esa actitud, siempre abrazada a la inoperante propaganda arrogante, frustra la creación reflexiva de otras formas y maneras de ver las cosas y sentir el entorno.
Nos estamos perdiendo en la increpadora actitud del soberbio de turno, que arremete con gracejo intolerante contra la verdad de los hechos que siempre quedan vendidos al mejor postor. Reconozcamos que se lo ponemos demasiado fácil al tramposo diario que nos relata su opúsculo de gallina flaca donde dejar el estercolero de epítetos como arma contra el sustantivo que hay que abatir. La estrategia del simplismo sobre la simetría de las ideologías sigue siendo la caricatura que se utiliza desde el extremismo para ganar la partida a las democracias que, a pesar del esfuerzo colectivo, siguen siempre en el hilo quebradizo del esfuerzo.
Nos encontramos en una actualidad pública demasiado extrema de apóstatas sociales para convencernos que nada ni nadie hará algo por nosotros. Una posición tan enjuta de justicia que será suficiente el soplo del listo del momento para hacer caer la enseñanza de nuestra propia historia. Mientras tanto, cada uno de nosotros seguimos engreídos de nuestra falta de conciencia para desacreditar a tantos bribones de medio pelo que siguen aupados en la intolerancia sobre sus propias víctimas. Una situación que nos deja hambrientos diariamente de esos pequeños ensayos de boquilla o de caracteres para mayor gloria de la nueva estrategia en la que diseminar la responsabilidad de los actos propios y ajenos, dejando en el olvido la exigencia diaria de la competencia y la obligación pública. Tal vez sea el momento de encontrar los peldaños donde asentar la dignidad y la justicia social para dejar caer el ingrato despotismo de la infamia y marcar nuevamente la humildad democrática de la gente de bien.
PUEDES ESCUCHARLO EN @LAVOZSILENCIOSA.NET
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