LA SATISFACCIÓN IMPROPIA
Decía Eduardo Punset que, ciertamente, “No queremos saber la verdad de nada, queremos saber aquello que nos satisface”. Un preámbulo certero a cualquiera de las formas que tengamos para entender este tiempo excesivo en su distopía y ausente de crítica meritoria. Nos empieza a molestar en demasía eso que llamamos los otros, como adjetivo de no formar parte de esta tribu que alimentamos con sentido excluyente por esa extraña satisfacción de nacionalizar sentimientos patrios en cualquiera de las diversidades vitales. En verdad nos quedan ya lejos esos binomios sociales que deambulaban entre el género y la condición económica, o desde geopolíticas cardinales donde amasar nuestro ego más cañí. Hemos adulterado la visión comunitaria con mediocridad populachera entre soflamas de autenticidad falsificada para unos pocos. Hemos abrazado el sentimentalismo excluyente para azuzar ese separatismo impropio del resto de la humanidad. Gracias a ello tenemos ya un soberbio barrizal donde apartar lo que nos es detestable por el simple hecho de no seguir nuestro propio justiprecio colectivo. Olvidamos la característica propia de la cultura que anida su crecimiento y expansión desde la libertad que sabe incluir al diferente y enmienda la extrañeza por el contrario. Reorganizamos la caridad hacia nuestra propia influencia personal y desbaratamos la solidaridad colectiva que tantas veces nos ha salvado de lo peor de nuestra historia. Hace demasiado tiempo que hemos roto relaciones con la verdad como definición para dejarla amputada entre sesgos y corrientes. Mientras tanto seguimos aglutinando la sensación complaciente que nos deja en el punto donde destacar sobre el prójimo. Una delirante contracorriente desde la que impulsar nuestro exclusivo punto de vista para deshacernos del compromiso vital del saber. Repudiamos el sufrimiento de muchos para enaltecer a quienes preparan cada día su contexto limitador de lo bueno y lo malo. Dejamos a la intemperie los derechos humanos como moneda de cambio a nuestra responsabilidad social. Y repatriamos la vida de demasiados para evidenciar nuestro mundo exclusivo de indiferencia existencial. Pero nos olvidamos que nuestra propia existencia sigue el paso cíclico de los tiempos, donde se repiten demasiados autócratas que levantan la mano bajo el cónclave virtual de esa gran mayoría unificada en la satisfacción del ganador. Tal vez nos encontremos en la encrucijada de caminos donde se comienza a desaprender lo que hemos aprendido como primer paso imprescindible para recorrer el viaje que nos lleve a una oportunidad mejor para todos. Lo malo es que, llegados a esto, nuestros pasos necesitarán de más alma y menos zapatos.
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