EL REINADO DE LOS MEDIOCRES
Decía Mark Twain que “El hombre es el único animal que come sin tener hambre, bebe sin tener sed y habla sin tener nada que decir”. En estos tiempos podríamos añadir esa actividad tan repetitiva de mirar el móvil, por aquello de saber qué pasa pero con la desgana que produce la abulia de la ignorancia. Hemos aprendido esa selectividad a partir de nuestros propios estereotipos, donde se aglutina el silencio crítico hinchando, acentuando nuestro inmovilismo en un desierto intelectual. Bebemos titulares que en nada responden a lo importante, resoplando esa indignación propia de los que siguen sin hacer nada agazapados bajo el liderazgo de unos cuantos. Nos quejamos de nuestra clase política que deambula entre enfrentamientos repetitivos que engatusan a la vida pública y que siempre responde a esa realidad líquida que excluye verdades a quienes tenemos ojos.
Durante esta semana hemos sufrido la peor de las estrategias políticas donde se acecha con mentiras y despropósitos el objetivo más ingrato del nepotismo ideológico. Cada cual, de acuerdo a sus principios sociales y personales, azuzará el empeño de cada uno de los relatos. Pero en este intento, reconozcamos que nos hemos dejado la ética y la estética pública por los suelos. Llevamos varios meses viendo como se aprieta el acelerador en este mal estilo político, tan histriónico en las formas y tan vacío en el fondo. Y en ese tacticismo tan peligroso hemos sido capaces de entrar al trapo.
La voluntad popular democrática debería hacer bandera de la diversidad de su conjunto con la sana intención de llegar a consensos reales, siendo la victoria el propio compromiso social que mejora las realidades del equilibrio comunitario. En cambio, nos hemos rodeado de una estirpe de cuentistas que desbordan en ignorancia sus propias decisiones. Y para más empalago nos encontramos con este cuarto poder deambulando entre crónicas de salón y amplificando esa caja de resonancia que regresa con el vacío en su función mediadora entre la información y la propaganda. Un esperpéntico carrusel donde, al final, cada uno de sus jinetes sigue dando vueltas abrazado al eje inamovible que nos aísla de la realidad. Afianzar con desparpajo la mentira y el insulto tiene sus consecuencias, y lo peor de todo es que en esa estrategia siempre tienen las de ganar los que mintieron y mienten con avaricia y después son coronados en una sociedad que, desgraciadamente, nos impondrá la más invulnerable de las mediocridades. Y es en ese punto de no retorno donde nos dejaremos demasiadas obligaciones cada uno de nosotros.
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