LA CONJUGACIÓN DEL RESPETO

 


Decía Mahatma Gandhi que “las diferencias honestas son a menudo un signo saludable del progreso.” Y aunque la progresión temporal la tenemos garantizada por el paso irremediable de nuestros días y noches, tal vez encontremos la caja negra de nuestra propia historia en esa honestidad que, desgraciadamente, cada día nos representa menos. Comenzamos a hilvanar demasiadas conspiraciones sociales para lidiar con la falta de soluciones, esa que, al final, siempre gana la partida por la incerteza de los hechos. Es devastador escuchar diariamente la deconstrucción de nuestro propio pensamiento olvidando la crítica precisa y la austeridad en el juicio personal. Allanamos el camino de la historia desde nuestra propia memoria excluyendo las memorias de otros, por aquello de seguir remando en esa enfermedad tan personal que reconquista el sectarismo de unos pocos. Hemos asumido los roles del frentismo para recaudar más ignorancia en nuestro postulado personal. De esta manera, nos estamos perdiendo el recuerdo universal, el que democratiza los mejores y peores momentos para dejarnos un hilo conductor que ignora lo que no nos respalda y deja el grito insoportable de un pensamiento único que sigue en la línea del retroceso. Eso sí, reivindicamos en cada segundo del exabrupto nuestra calidad libertaria para así poder repudiar sin sonrojo cualquier sensación que en términos humanamente normales nos haría palidecer por el odio extremo. Mientras tanto, y en medio de este avispero social, somos capaces de escuchar con prontitud a quienes entronan sus fobias en una estrategia de borrado y destrucción. La historia ya sabe en demasía de la ingratitud del poder con aquellos que achican el progreso a unas cuantas reglas básicas personalísimas y terminan escupiendo contra la decencia de la justicia. La actualidad, como un torrente, no deja de ofrecer estadios de total impudicia que son utilizados como herramienta para seguir armando el pataleo fácil desde una cómoda silla, dejándonos una respuesta social excesivamente anclada en la metáfora de la antipolítica y la deslealtad a la expresión social. Tal vez podríamos iniciar una nueva estrategia personal por aquello de que la libertad va siempre de la mano del respeto mutuo. Una estrategia que nos pueda dar la diversidad de versiones y descubrir otras formas y otros modos para superar la decaída en nuestra evolución personal, que tan necesaria se hace para erigir civilización y cultura. Por todo ello, es imperativo para algo tan añejo el entender la diferencia como una riqueza y el respeto como unidad. Una estrategia que necesita desempolvar de la crítica a nuestro propio pensamiento y volver a conjugar honestamente el respeto universal.

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