LAS IMÁGENES EXCLUYENTES

 


Reflexionaba el filósofo José Saramago, a propósito de la caverna de Platón, que el mundo se había convertido en esa cueva donde están “todos mirando imágenes y creyendo que son la realidad”. Y tal vez sea nuestra propia acuarela de lo que somos en esta modalidad contemporánea de la creencia por lo que vemos. Una creencia demasiado empírica para verificar tantas inmaterialidades de nuestra vida. Apostar constantemente a esa experiencia sensorial nos ha limitado siempre en lo más profundo de nuestra existencia, donde escuchar y tocar nos deja otra pericia que debería completar nuestra capacidad de ver para observar mejor. 

Nos estamos acostumbrando a esclarecer evidencias con el resumen y resultado de aquello que nos conviene, lo que nos afirma e interesa para seguir sentados en nuestra cueva particular donde acariciar la palabra reflejada que degusta a verdad única. Nos gusta etiquetar absolutamente todo con el color y el estilo que clasifica ideología por exclusión para reafirmar con el poder delirante del rechazo a lo diferente. Atendiendo a las imágenes que nos muestran diariamente, somos capaces de evidenciar la razón de los sentimientos que dejamos olvidados entre miradas ojipláticas ante los escalofríos de la realidad. Y todo ello para opinar de todo y contra todo. Una actitud que merma nuestra capacidad democrática de entender el conjunto para apostar por las razones interesadas de unos cuantos. Nos seguimos creyendo el resumen ególatra de quienes están en el candelero público para impugnar las contrariedades de nuestro propio juicio, que debería saber de las cosas de lo público por aquello de que nos pertenece a todos. En realidad, no es nada nuevo en nuestra coexistencia comunitaria. Vivimos de nuestra propia experiencia para olvidar las otras vidas que también fueron contemporáneas pero muy diferentes a las nuestras. Un argumento tan excluyente que siempre acaba repitiendo la historia propia y colectiva. Seguimos comparando nuestro pensamiento con la intolerante arbitrariedad de la falta de contexto. Así, estamos concibiendo bondades en medio de conflictos que matan, amañando imágenes que juegan a la razón suprema. Aunque una imagen pueda valer más que mil palabras, de poco servirán mil imágenes si no respondemos con la palabra justa para rectificar el fanatismo de tantos ciegos. A pesar de las muchas reivindicaciones que se escudan en la dignidad de las personas, del orgullo de nuestra libertad de sentir, hemos olvidado que esas demandas o siguen vivas en nuestro corazón o servirán de desajuste para los que siempre entran por la puerta de atrás de la democracia. Acaso, como bien decía el padre del Ensayo sobre la lucidez, “también puede suceder que el tiempo vaya de mal en peor, recordemos el dicho, a mediodía o escampa o descarga.” Y si seguimos desperdiciando el tiempo en nuestra propia caverna, igual hasta nos quedaremos ciegos con lo peor y sin tiempo.  

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