EL INFIERNO DE LOS IMPACIENTES
Ya recogía Quevedo el dicho popular sobre que “la impaciencia es la virtud del demonio”. Y si precisamos este tiempo intempestivo de filtraciones y grabaciones, tenemos que reconocer que parte de esa comezón en cada manifestación crítica debilita nuestra opinión reposada y cercana a la veracidad. Si observamos con la paciencia oportuna cada uno de los hit parade del momento político tenemos un resultado desgranado de desafectos y hueco de conformidades explícitas para el conocimiento.
No es la primera vez que nuestra confianza salta por los aires bajo el eslogan reiterativo que aplasta con agitación máxima cualquier posibilidad de defensa y explicación. Hace mucho tiempo que oponerse al contrario significa despersonalizarlo, deshumanizarlo. El argumento se queda en la charca del insulto y, para más desidia, se tapa cualquier posibilidad de entender para corregir. Las artimañas de lo grosero están tan establecidas que empieza a ser el seminario de los tiranos. Nada ni nadie podrá posicionarse al lado de los delincuentes de guante blanco, pero retorcer la realidad sigue siendo el peor peligro para las estructuras democráticas. No es posible entender los vicios de una sociedad que mira muchas veces hacia otro lado y alimentar la conjura de los impacientes.
Estamos todavía enfrascados en resoluciones judiciales con más de una década de espera y nos acobardan con nuevas diligencias que necesitarán sus garantías para proteger a una sociedad que merece algo más que todo esto. Y lo más importante, la justicia pondrá a cada uno en su sitio por aquello de respetar el resguardo social de todos.
Otra cuestión, y tampoco es la primera vez, es la responsabilidad política de la que sólo depende la ética de sus responsables y la honestidad de sus organizaciones. Y en esto siempre encontraremos demasiadas justificaciones para todas las versiones. Pero lo más cierto es que, al final, quien vuelve a su lugar es la ciudadanía que aplica el papel correctivo a sus representados. Seremos quienes abordemos con diligencia las verdades, más allá de los posicionamientos partidistas. Esa es la verdadera opinión pública efectiva, y no siempre coincidirá con la opinión publicada que invariablemente responde a posiciones interesadas.
La información en nuestro país todavía carece de la investigación experta para ir tirando de filtraciones osmóticas, donde el acierto sigue siendo demasiado venial y hambriento de serenidad. Algo de responsabilidad deberíamos exigir de aquellos que tratan de difundir los hechos bajo la incertidumbre de la averiguación. Y en ello nos jugamos demasiado para no exigir al cuarto poder social el temple imprescindible para no convertir en un infierno la desesperanza colectiva.
Como decía el filósofo francés François de La Rochefoucauld en sus Máximas: “No se desprecia a todos los que tienen vicios, pero sí a los que no tienen ninguna virtud”. Por ello nos queda elegir entre transformar o abjurar de lo que hemos construido y resolver demasiados futuros. Y eso seguirá estando en nuestras manos y no tanto en las voces discrepantes. El imprescindible respeto a la democracia y la verdad seguirá siendo nuestra única virtud.
PUEDES ESCUCHARLO EN LA VOZ SILENCIOSA RADIO
Comentarios
Publicar un comentario