MEMORIA SOCIAL

 


Decía José Saramago que “hay que recuperar, mantener y transmitir la memoria histórica, porque se empieza por el olvido y se termina en la indiferencia”. Actualizando a este presente distópico, casi podemos decir que esa posverdad, que tanto implora el descrédito de nosotros mismos, sólo nos deja el aliento para creernos a pies juntillas el último chascarrillo que apuntale nuestra voluntad de seguir en los bandos bien diseñados de nuestra frágil conciencia. Y es que la memoria presente queda deshilachada de la veracidad de los hechos, envalentonando el chismorreo y la codicia frenética que sólo lleva a una impostura social. Sigue ganando el debate público la intrascendencia del civismo zafio con ribetes melancólicos de batallas a caballo, mientras la mayoría social espera con ansiedad la llegada del tren de cercanías por aquello de acudir a tiempo al trabajo. Se reparten salvoconductos sobre vidas idóneas a partir de cadenas morales que prometen el barbitúrico a cualquier mal mental, no sea que necesitemos más psicología en nuestras vidas. Adoctrinan la filosofía antiquísima del esfuerzo para añadirle un tal meritaje a la carta que justifique, en una lucha desigual, su sofocante estrato de clases. Siguen ganando el coloquio efímero de la desmemoria afanados en el olvido del necesario reconocimiento y continuar al galope hasta el final de la mentira.

Quienes critican la memoria social, aquella que conoce de su historia y su presente, saben de la necesidad de esa estrategia que los desvincula como herederos de demasiados fiascos en la gestión de nuestro reciente pasado y asegurarse así el puesto de ganador. Es cierto que pensar en el tiempo pretérito ayuda a controlar las emociones como ariete para no repetir errores que condicionen lo que tengamos que vivir. Pero muy diferente es borrar todo aquello que ocurrió para continuar capitaneando recetas que saben más a retrocesos que a mejores predicciones temporales. Empezamos una nueva quincena de julio, con cierto tormento mediático que enfunda demasiadas veces un seguimiento pobre de ideas con excesivas banderolas al aire por aquello de cumplir con la información electoral pactada. Mientras tanto, la opinión y demandas sociales quedan en el mutismo extraño para seguir escuchando las soluciones a sus problemas. Y así hacemos historia, para que nos sigan contando ya no tanto lo que pensamos, sino lo que demandamos. Será por eso que, como dice Chomsky, “la población general no sabe lo que está ocurriendo y, ni siquiera sabe que no lo sabe”. A veces, salir de la conspiración sólo depende de la voluntad por corregir las emociones que siguen acunando pasados, dejando el presente en manos de otros.

Comentarios

  1. Me sorprende que aquellos que hablan de la “cultura del esfuerzo” son los que menos se han esforzado para conseguir su riqueza. No seré yo quien esté en contra del esfuerzo para conseguir vivir mejor, de hecho, es que durante 50 años he trabajado todos los días para conseguir no ser el mejor, si no un ejemplo de honestidad y constancia para mis hijos, mi familia y mis amigos en todos los aspectos de mi vida, seguro que tampoco lo he conseguido. Pero dejemos de hablar de mí y analicemos el contesto donde se usa la palabra esfuerzo, por ejemplo, los neoliberales dicen que todas tenemos las mismas oportunidades para conseguir los mismos objetivos si nos esforzamos, nada más lejos de la verdad, la señora Ayuso con muy poquito esfuerzo ha llegado muy lejos y sin embargo, una niña de un barrio de la periferia de Madrid con muchísimo más esfuerzo y problemas seguramente no llegara a nada, y encima los ricos del esfuerzo le reprocharan que del misero impuesto que pagan, tenga los más desfavorecidos una paguita, educación y sanidad pública.
    Espero que los que realmente se esfuerzan todos los días por dar de comer y educar a sus hijos, el 23 de julio, primero que vallan a votar y segundo que voten a quien realmente quiere mejorar sus vidas.

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