EL MERCADILLO DE LA ATENCIÓN

 



Decía el estoico Epícteto que “el que cree que lo sabe todo es incapaz de aprender”. Algo que parece que nos viene al pelo en estos tiempos de renuncia por intentar sacar la cabeza de este amasijo de canales de información y desinformación que tanto gusta señalar a los propios medios de comunicación como el origen de cada uno de nuestros innumerables males.

Una actitud que retrata el respingo al que sometemos nuestras propias responsabilidades en este quehacer de la política por derecho y refrendo democrático. Reconozcamos que de tanto debatir sobre la coherencia de nuestro sistema, hemos terminado arrastrados en este desasosiego pueril sobre la igualdad en la ineptitud y la simpleza para desprestigiar hasta nuestra responsabilidad personal. Olvidamos todo lo que este país ha conseguido a golpe de demasiado esfuerzo individual y colectivo, aupando entre todos una democracia que queda perdida en la frágil memoria de nuestra propia historia. Parece que nos hemos instalado en la hechura que desbarata el respeto a tanto esfuerzo con el que hemos superado demasiadas estocadas de este tiempo tan intrépido de vicisitudes y dejarnos con las vergüenzas al aire al comprobar que solamente hemos sido utilizados en esa estrategia tan facilona de mentir a pesar de todo y por todo.

Tal vez y después de superar estos tiempos tan engreídos con el destino, estamos colaborando con las viejas fórmulas de la demagogia y la pereza por saber. Un revisionismo hacia nuestra propia realidad que nos reparte entre polos opuestos para dejar la ventura en tierra de nadie. Una vez más el mensaje sigue siendo el arma más poderosa para una sociedad que cada vez prefiere la limitación de caracteres o la simpleza de un titular para deleitarse en el extremismo más soez. Un enemigo contundente hacia la reflexión y la lección colectiva entre lo común y lo diferente, que tanto engrandece. Todo un completo mercadillo de la atención donde vendernos el simplismo rápido y efímero y que retumba interesadamente en los corrillos de aquellos que marcan nuestra agenda pública. Lo malo es que como también reflexionaba Epícteto “te conviertes en aquello a lo que prestas atención” y en consecuencia, terminemos siendo replicantes de nuestra propia ignorancia. Y esa desidia sí que aprieta los grilletes de una esclavitud por elección.

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