LA ARITMÉTICA DEMOCRÁTICA

 


Creo que esa obsesión de apuntalar en la memoria presente la imagen de ganador tras una noche electoral forma parte de una necesidad democrática como las fiestas de guardar. A pesar de todo, este hermoso país de mis entretelas siempre da la campanada apostando por el salto mortal más intrépido, demostrando, una vez más, que somos diferentes. Algo que parecen olvidar todos aquellos que reprochan la memoria colectiva y que, a pesar de todo, nunca queda en el olvido.

Pero si algo ha quedado en evidencia es que en esta campaña electoral quienes se han clavado un puñal de estiércol han sido algunas de las empresas de demoscopia que parecían gurús de bolas de cristal pronosticando resultados como si no hubiera un mañana. Tal vez, empezamos a estar cansados de tanto tracking o chasing mientras se repiten discursos llenos de inexactitudes en estos tiempos en que nos jugamos tanto.

A pesar de parecer que se tenía todo el pescado bien vendido, la democracia en acción, y tan bien definida constitucionalmente, sabe de reordenar sin demasiado ruido las estrategias monocolores de esta política nacional que debería saber más de diversidad que de monopolios. Mi querida España será siempre diferente precisamente por la bondad de su disparidad. Surge como una muralla enorme para defender sus propias semejanzas a partir de la pluralidad de sus comunidades. Y en ello, posiblemente se encuentre la esencia de nuestra alta capacidad para enredar todo un poco. Nos venden desde hace mucho tiempo la necesidad de acumular poderes por aquello de la estabilidad parlamentaria, sin reparar en que las decisiones que se colectivizan arraigan ese espíritu tan intransigente con el absolutismo de unos contra otros. Ciertamente, no les hemos hecho caso y cada uno ha tirado por la senda de sus sentimientos patrios de acuerdo a su propia conciencia. Por su parte, reconozcamos que ciertas burbujas mediáticas surgidas de estrategias más cercanas al marketing que a la realidad, sólo han dejado un saldo matemático donde será necesaria mucha democracia por parte de todos.

Decía el príncipe de las paradojas, G.K. Chesterton que “No puedes hacer una revolución para establecer la democracia. Debes tener una democracia para tener una revolución”. Y de alguna manera nos encontramos en ese punto gratificante de seguir pensando en libertad nuestro país. Sin ataduras estrictas y con el corazón y la mente en lo verdaderamente importante, sin necesidad de tanto sermoneo mañanero de unos pocos. Un día después seguimos estando bien, y algunos hasta seguirán con sus vacaciones. Continuamos respirando y, posiblemente, con la necesidad de que el ambiente baje revoluciones con más silencio entre el estrépito electoral. La sociedad ha dejado un buen puñado de razones para quienes se tomen en serio esto del arte de gobernar y sepan rendir cuentas con el diálogo y los acuerdos. Ahora les toca a ellos encajar la aritmética democrática.

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