EL DELEITE ENGAÑOSO

 


Existe una microexpresión que en psicología apunta a que cuando mentimos y creemos que el otro nos ha creído, se produce esa breve expresión que nos delata sobre ese emoción irresistible por salirnos con la nuestra. Sin estar aún en tiempo de descuento en campaña electoral, el avispero mediático sobre las posiciones políticas del electorado resuelve con destreza la anteposición de argumentos para deleite de sus seguidores. Es ese deleite engañoso que evidencian los radiopredicadores del siglo XXI a favor de su complicidad en esas causas que tanto aprietan siempre los intereses mediáticos de turno. Como bien explicaba Goebbles, el mejor propagandista de la historia contemporánea, en aquello que bautizó como la Der Totale Krieg, Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”. Y nos guste o no reconocerlo, hemos entrado en ese amasijo de contextos variopintos donde el blanco y el negro amañan las estrategias para no llegar nunca a un intermedio gris que aúpe más la razón que la devoción. Tanto es así que consentimos demasiadas posiciones que hieren la línea de flotación del interés público jugando al escondite del argumento fácil, por aquello de no saber extender razones contextualizadas de nuestra realidad. Del todo va bien al todo va mal sigue siendo la táctica para gustar a los nuestros en este descrédito social que sigue siendo diferente, diverso y mucho más transparente que sus representados. Volvemos a jugar entre revanchismos chismosos donde decir una cosa y la contraria se escenifica con esa microexpresión de satisfacción con las manoseadas encuestas de opinión que, no nos equivoquemos, siempre influyen en el laberinto de la propaganda. Una vez más, la opinión pública arrima su importancia a una estadística que de ser tan exacta se banaliza entre horquillas de error. Mientras tanto, se reparten parcelas de poder en las instituciones que son de todos bajo ese mandato diverso que no hace tanto servía de escopeta diaria para apuntar sobre aquello de confluir como estigma de la cobardía y el desprecio.

Nos quedan por delante tres semanas donde emulsionar demasiadas probabilidades para decidir un antes y un después que repercutirá en nuestra estrategia pública. En ellas nada cambiará respecto a las posiciones ya bien conocidas. Sin embargo, sí que será una oportunidad para salvar nuestra propia tolerancia y diferenciar las certezas frente a mentiras bien diseccionadas en un mensaje público que huele demasiado a las vísceras de la irracionalidad. Un esfuerzo para estos tiempos agotados de palabrería para seguir premiando al que la suelta más grande. Una necesidad poderosa que sigue estando en la reflexión colectiva y que siempre sabe más a la razón que al deleite triunfalista de unas siglas.

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