EL ARTE DE LA GUERRA

 


Decía el estratega y filósofo chino Maestro Sun, en su tratado El arte de la guerra, que “el arte supremo de la guerra es someter al enemigo sin luchar”. Una filosofía pausada para la gestión de conflictos entre estrategias de batalla, con la diplomacia y el cultivo de las relaciones internacionales como algo esencial para el bienestar del Estado. A pesar de su origen en el siglo III, la historia y sus civilizaciones siempre nos reencuentran en esta apariencia circular que envuelve nuestra crónica y sus consecuencias. Hay que reconocer que la diplomacia política se ha convertido en la mayoría de las ocasiones en el exabrupto arcaico del mandamás de turno o la retórica del desarrollo económico desde el poderío de las potencias. No es nada nuevo ni en nuestra historia reciente ni en la más pasada. En definitiva, nuestro quehacer en la sociedad consuma presentes donde cada uno sobrevive como puede o se rebuscan excusas por aquello de culpar a los de siempre por vivir por encima de sus posibilidades. Una espiral socioeconómica que agrupa décadas de luces y sombras para volver a empezar.

Nuestra actualidad se nutre del personalismo de demasiadas cosas, no como novedad, sino por boicotear, por enésima vez, con caras y apellidos la filosofía del pensar social, de apreciar soluciones diferentes ante problemas similares. Y eso, desgraciadamente, se repite en cada periodo histórico que recordamos. Parece ser que el deterioro de nuestra memoria vuelve a ser causa de rendición ante las consecuencias tan aciagas de la última guerra mundial, que reconsideró la necesidad de soluciones colectivas para engendrar el mayor tiempo de paz que hemos conocido. Y recordemos que fue posible gracias a ese arte supremo de someter sin luchar a los siempre existentes enemigos silenciados por descrédito social, pero que siguieron en esa nebulosa de la oscuridad retorcida. Y es precisamente en esa contorsión de los perdedores de turno cuando aprovechan las crisis económicas, comerciales o sociales para sacar la cabeza con la perorata siempre bien conocida de la ofensa cultural y el arte del engaño. Una estrategia universal donde confluyen las civilizaciones de norte a sur, por la arrogancia de ser capaces de quemar toda una nación para seguir gobernando.

Ciertamente hemos entrado en una nueva etapa donde los hilos conductores de las posibles soluciones pueden quedar quebrados ante cualquier detalle. En este tiempo tan largo de paz física, hemos rotos muchos de esos filamentos sociales para volver a expandir demasiados muros contra la diferencia y el diferente, olvidando el infierno de unos pocos para seguir nuestra expansión desde la doctrina del olvido. Tanto es así que reemplazamos la paz por el contubernio comercial que mejor nos venga. Y si hasta ahora nuestros aranceles significaban muertos bien tapados, ahora nos acechan desde los bolsillos. No será el miedo el que nos enfrente a esta nueva realidad ante nuestros ojos. Tal vez el verdadero combate se encuentre, una vez más, ante el espejo de la realidad de todos por encima de la esfinge del matón que entre todos hemos aupado. Nada es igual desde un lado al otro del río, pero mientras nos dedicábamos a vociferar las diferencias, hemos dejado que se adueñara de la barca al que simplemente quiere apoderarse del abundante caudal de todos.


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