LA PROCACIDAD DE LA NIEBLA

 




Decía Ken Kesey, en su inolvidable vuelo sobre el nido del cuco, que nadie se queja de la niebla. Ahora ya sé por qué: aunque resulte molesta, permite hundirse en ella y sentirse seguro”. Una forma de responder a demasiados esfuerzos personales que terminan siendo un empoderamiento deshilachado de soledad social. Aunque resistimos entre estereotipos propios de esta civilización actual, reconozcamos que seguimos adheridos a excesos de palabra y obra donde dejarnos a jirones el equilibrio emocional y humanista de una sociedad sana. Cada semana reafirmo la especulación que sufrimos sobre demasiados hechos que intentan dar giros de guión, por aquello de seguir engordando una extraña experiencia social que nos deja arrinconados y enfrentados a esa apuesta por el endiosamiento de cualquier cosa que nos haga diferentes ante la diversidad que nos rodea. Rechinamos con los dientes los estorbos de otras historias que reflejan los errores de excesivas crónicas obtusas de ganadores y vencidos. Observamos el marcador de la contienda entre muertos de unos y otros, olvidando la estupidez de vencer entre las pisadas sobre demasiadas vidas, porque, humanamente, aunque sólo fuera una, ya sería excesivo. Recuperamos el colonialismo histórico como maridaje con este tiempo que sigue los pasos del exterminio de unos para la supuesta pacificación de otros. Mientras tanto, la mayoría silenciosa sigue cubriendo sus vergüenzas en esa niebla psicológica que alberga la necesidad de ganar el relato por encima de la realidad diaria. Tal vez como explica el escritor del underground norteamericano,el que vive cerca de una cascada termina por no oír el sonido del agua”. Posiblemente nos hemos acostumbrado a tantos pecados sociales que dejamos de distinguir la honestidad de la arbitrariedad humana o, lo que es peor, comenzamos a justificar cualquier cosa con el y tú más del contrario. Una niebla que parece que nunca levanta para dejarnos diariamente esta sensación de no ver más allá de nuestras narices. Y mientras dejamos nuestro esfuerzo personal, asumimos la espesura del conspiranoico de turno para seguir adentrándonos en la especulación constante asumiendo la procacidad perpetua.


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