EL SILENCIO PERDIDO
Decía Antonio Machado que “Si cada español hablase de lo que entiende, y de nada más, habría un gran silencio que podríamos aprovechar para el estudio y la reflexión”. Y hay que reconocer que en esta actualidad tan estúpidamente ruidosa podríamos abrir un gran tiempo de reflexión y sabiduría personal. Pero también es cierto que generalizar de esta forma tampoco nos deja una realidad tan verificable. Es verdad que consumimos mucha información excesivamente líquida, donde las certezas quedan enmascaradas entre epítetos por dar honra de verdad a aquello que siempre interesa sectariamente. Y si, además, se han multiplicado los multiexpertos de todo, la reflexión y estudio nos queda demasiado menguado para saber y entender. Regalamos nuestra esperanza certera a cualquier titular que consigue el clickbait sensiblero de nuestra cuerda, premiando la desinformación objetiva o, lo que es peor, nuestra innata ignorancia. Somos capaces de refrendar demasiados delirios históricos por aquello de buscar en lo humano las virtudes de una sociedad que confunde la bondad con la acción de ser bueno. De esta forma, asumiendo ciertos hechos de buenismo, dejamos a los pies de los caballos la benevolencia y la tolerancia. Nos conformamos con el clickbait social para despojarnos de cualquier intento de mejora y esfuerzo.
Toda una estrategia para encontrarnos, sin que nos roce la conciencia, en una actualidad demasiado repleta de apodos que juegan entre lo apreciativo o lo peyorativo según el cordón ideológico que nos convenga. Somos capaces de hilar indignación explícita sobre los problemas políticos internos de un país y acostumbrarnos a la deshumanización de las guerras reales que siempre justifican los mismos y las sufren los más débiles. Somos capaces de quedarnos con la estirpe del cotilleo antes que pedir explicaciones por la gestión de nuestros intereses públicos. Un compendio de ruido intencionado para dejarnos sordos ante el día a día sin percatarnos de que hemos perdido otra gran virtud reflexiva que nos deja sin tiempo para reaccionar ante lo que nunca nos vendrá bien, dejando en el desagüe común nuestra infortunada ignorancia.
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