LA TRITURADORA

 


No hay nada como contraatacar antes del embate para marcarse desde el principio el punto canasta que pueda llevarte a la victoria. En nuestros tiempos tan desquiciados jugamos, además, con el colectivo de adeptos para hilvanar todo tipo de historias conspiranoicas donde arrastrar cualquier conato de veracidad por el fango público. Tanto es así que los agitadores de eso que llamamos los hilos sociales se creen la primera de las acepciones de la manipulación para endiosar los seudónimos de sus principios. Nuestro país no es mucho más diferente en los referentes sobre la transparencia de lo público respecto al resto de patrias, pero debemos considerar que nuestro invicto sentimiento siempre nos lleva a retorcer todo tipo de sensibilidades dejando a un lado la verificación por aquello de seguir agazapados al líder de turno. Somos capaces de decir una cosa para, seguidamente, contra argumentar lo contrario con la misma prueba y desquiciar el consenso para deleite de nuestros seguidores. Y a pesar de la separación de poderes institucionales y públicos, al final siempre contamos con el empoderamiento diario por parte de los medios de comunicación, que alientan los extremos dejándose llevar por la ola del momento. Hace tiempo que recolocamos afectos para digerir demasiadas aguas turbias sobre nuestra propia estructura democrática. Porque en la escalada del y tú más, no tenemos más límites que el abismo de la ignorancia. Pasamos de igualar a unos y otros para tomar posiciones y linchar al contrario. Una actitud que es bien utilizada por los responsables del mensaje de parte para amasar directrices que avergonzarían a cualquier mente íntegra. Nada nuevo bajo el paraguas de la posverdad que lleva entre nosotros más de una década y que sigue apretando demasiados sentimentalismos extremos donde evacuar la fidelidad del pensamiento crítico. Y así es que las estrategias comunicativas pasan a los excesos verbales donde la amenaza es el aviso y la oposición es la trituradora. Pequeños deslices que son más propios del matonismo que del modesto trabajo por lo público y, por tanto, de todos. Ya lo decía Goethe, padre del clasicismo europeo de Weimar, “el cobarde sólo amenaza cuando está a salvo”. Una estrategia que nos puede dejar en el precipicio de la mentira y despeñar la única garantía de nuestra convivencia. Y eso sí que será un problema para el resto, quedando desamparados de la necesidad de evidencias mientras se aplaude la imprudente falsedad del instigador que siempre se salva.



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