ESCATOLOGÍAS DIARIAS

 


Decía el escritor argentino, Jorge Luis Borges, que “quizá haya enemigos de mis opiniones, pero yo mismo, si espero un rato, puedo ser también enemigo de mis opiniones.” Y es que el principio subjetivo de nuestra existencia deambula entre los pasillos de la incertidumbre por aquello de que somos excesivamente limitados en las lides de la experiencia vital. A pesar del nuevo mantra sobre las posiciones meridianas ante cualquier cuestión y la necesidad de dogmatizar las decisiones en esa férrea condición escatológica de la política, hemos entrado en un nuevo tiempo, o así lo parece, donde la evidencia queda supeditada al contexto desinformador de cualquiera de las partes en litigio. Todo un proceso sumarísimo que solamente es aprovechable para embarrar la necesaria discusión pública que garantiza la salud democrática de cualquier sociedad que se precie garantista en sus decisiones. Gracias a estos esquejes de nuevos comunicadores donde hacer crecer lo mejor de las tripas del mensaje, quebramos una de las características más esenciales de nuestra civilización, y que siempre ha servido para garantizar la evolución del pensamiento y las soluciones a las batallas dialécticas. No habrá ningún consenso mientras continuemos empuñando el acero de lo incontestable para seguir a pies juntillas nuestra propia doctrina que absorbe la disputa encadenada al marketing político. Todo ello para continuar en modo sofista en esta actualidad donde se da rédito a la capacidad de confundir a costa de la veracidad y sus consecuencias.

Lo peor de todo es que si los estamentos públicos aglutinan este desaire con la mensajería diaria, la sociedad quiebra en el intento de salir de esta espiral que deja a la mayoría en ese silencio pernicioso que termina acallando los por qué para dejar en el sigilo el deterioro de nuestra convivencia. Hemos acostumbrado a los mismos que se entronan en el credo de parte a que puedan decir cualquier cosa para exprimir argumentos donde continuar nadando entre demasiado detrito para dictaminar nuestra propia verdad. Y en esa actitud perecedera no solamente perderemos la oportunidad actual de cohabitar, también abandonaremos a su suerte la necesidad de progresar.

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