EN MEDIO DEL GASLIGHTING

 


Desde 2018 se viene acuñando un concepto dentro de las comunicaciones interpersonales con cierto aroma cinematográfico. Se trata de gaslighting, una forma de resolver lo que de toda la vida hemos sabido sobre la manipulación a partir de los sentimientos hacia otro. Esa luz que hacía agonizar a Ingrid Bergman frente a su pareja bajo una estrategia de manipulación psicológica donde ella tenía todas las de perder. De alguna manera, la comunicación de masas, donde tantos sesudos debates han sido protagonizados por decenas de teorías comunicativas, empieza a perder esencias para repercutir en ese intercambio informativo más cercano a lo interpersonal gracias al juego diario de las redes sociales y sus influyentes. Nuestro país ha visto pasar 20 años desde aquel 11M que rompió demasiadas reglas de juego en una joven democracia que todavía se encontraba en el ímpetu de su savia. Tal vez, viendo como se han desarrollado los cambios políticos y legislativos a partir de ese momento, deberíamos reconocer que la estrategia de esa gaslight ha entorpecido lo mejor de una sociedad que cada día atesora demasiadas desconfianzas por aquello de la cosa pública. A pesar de dos décadas de tiempo y juicios, nos encontramos que un tercio de los mayores de 18 años todavía suscriben que ETA tuvo algo que ver con ese horror que ha quedado en la memoria y en la propia historia de nuestro país. Un dato que, personalmente, hiela lo razonable para lidiar entre diversidad de conspiraciones donde incrementar el dolor hacia nosotros mismos. Una estrategia que sus cómplices saben utilizar para diversificar objetivos siempre tan orillados al interés político y mediático. Posiblemente, ese abrupto hecho significó el primer paso hacia esa atracción por las formas histriónicas del mensaje político que plasman en una sola diana la idea de la ilegalidad de los resultados electorales o la ilegitimidad de gobiernos a pesar de nuestro sistema representativo. Algo se quedó en esas vías del tren más allá de las vidas truncadas de cada una de las víctimas. Alguien se colgó la mochila del rencor alimentado por no encajar correctamente en sus expectativas. Muchos arriesgaron desde la utilidad desinformativa para sembrar las dudas sobre los estamentos de nuestro propio estado y tumbar el dolor y la indignación de aquellos días, dejándonos una luz que agoniza todavía en estos tiempos. Desgraciadamente, y sin darnos cuenta, hemos adoptado ese estilo perverso de la construcción teórica de la realidad para dejarnos el susurro de un discurso público fantasmagórico donde cabe cualquier ente pérfido. Un cambio en el paradigma mediático donde lo importante es seguir pensando a partir del sesgo que nos hace diferentes. Lo malo de esto es que en esa razón de la diferenciación seguimos señalando demasiados enemigos ficticios que nos dejarán, por un falso instinto de supervivencia, irremediablemente solos.

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