LA DESAZÓN DE LA IRA

 


Todas las semanas tienen su estrepitoso adelanto de esa sinrazón que nos empieza a caracterizar con demasiada flojera a esta ciudadanía que siempre galopa entre quijotes luchando con molinos de viento, aunque nos vendan demasiados titanes. Y en esta, a pesar de contar con una hora menos, se completa el listado de excesos en esa variopinta agenda de miserias narrativas que siguen azuzando ese mantra tan belicista de las dos Españas, de esos bandos insalvables que vaya usted a saber quién lo reinventó y para qué. Los mismos que critican el revisionismo de nuestra historia más cercana reivindican para ellos mismos la simplicidad de los adjetivos ante una perpleja ciudadanía que, a pesar de todo y de todos, repliega sus pasos con la construcción vital de cada día. Se dice que la vida no es la que separa a las personas, que es la envidia, la hipocresía, el egoísmo… esa falta de madurez en nuestra percepción de nosotros mismos que tira al estercolero a los diferentes para convertirlos en opositores reaccionarios. Algo de todo ello es lo que nos ha dejado una moción de censura fallida que como mucho nos recuerda la cercanía de una cita previsible con las urnas y unos meses de reflexión tras el ramillete de posiciones de unos y otros. Ni la espectacularidad de los formatos televisivos ni sus sesudos opinadores han podido desmenuzar el pasotismo que ha provocado este intento de redefinir estrategias. Porque al final lo que nos separa, con cierto hartazgo, es esa contrariedad entre demasiada ira para exponer la diversidad de propuestas que cada uno creerá más o menos acertadas. Pero tal vez esto no sea lo más negativo. Tal vez lo corrosivo para nuestro sistema siga siendo la desesperanzadora narrativa de datos arbitrarios, interpretaciones que rayan la mentira con excesivo descaro y el fulanismo con que el que se señala al opositor. Decepciona en demasía observar esa ambición por el poder extremo y esa estrategia rencorosa por posiciones diferentes que se aglutinan en el supuesto bando enemigo. Tanto es así que estamos dando pasos de gigante en la teoría del chascarrillo de bar como argumentario matinal de nuestro día a día. Un paso al que acompañan no pocos profesionales de las tertulias donde se olvida el debate para continuar en ese quijotismo que tanto nos embelesa en este país y seguir a zurriagazos contra molinos de viento que tanto nos venden como gigantes en esa huida hacia delante de quienes parecen tenerlo todo perdido. A pesar de este tiempo tan intrépido de desazones, hay que reconocer que siempre nos queda la perspectiva de un tiempo que enseña sin levantar voces, que sabe de las circunstancias externas y que valoramos, nos guste o no, en esa senda que dejamos cada uno de nosotros irremediablemente.

Ya lo decía García Lorca, nuestro Federico eterno, que “el más terrible de los sentimientos es el sentimiento de tener la esperanza perdida”, y de eso, algunos ya nos lo demuestran todos los días. Lo anecdótico es que en esa desesperanza está la condena de su propia indolencia.

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