MENTIRAS DE NADIE

 


Fue aquí, en España, donde el padre de la deconstrucción semiótica dejó una visión de todo lo que ahora sufrimos entre la inseguridad de lo que nos cuentan y las incertezas mediáticas. Un situación que pasa de puntillas en nuestro día a día pero que nos deja desamparados para redimir un futuro que alienta demasiados pesares. Allá por 1997, el filósofo Jacques Derrida comentaba en la Residencia de Estudiantes de Madrid que “sabemos que el espacio político es el de la mentira por excelencia; y mientras que la mentira política tradicional se apoyaba en el secreto, la mentira política moderna ya no esconde nada tras de sí, sino que se basa, paradójicamente, en lo que todo el mundo conoce". Toda una reflexión que a día de hoy seguimos ponderando en nuestra visión de lo que somos y lo que no. Llevamos demasiado tiempo enraizando un odio incesante que sólo sabe de unificar criterios a partir de los embustes intencionados de los de siempre, que siguen sentados en los sillones de eso que llamamos poder. Vivimos en esta posmodernidad donde ha evolucionado hasta la mentira tradicional, antes tan disimulada y ahora tan reinona de tantas conversaciones. Eso sí, con la fatalidad humanista de no sentir pudor por apoyarnos en ella. No es la primera vez que se habla de la mentira pública, esa que engarza siempre con algún interés colectivo de los bandos de siempre. Una escaramuza para seguir enarbolando la bandera de esas revoluciones tan particulares y prometernos soluciones fantásticas a problemas fatídicos. Para todo esto se mantenía ese contrapeso de las democracias serias y positivas llamado medios de comunicación. Un poder mediático que armonice las certezas y presione las mentiras secretas de quienes necesitan de ellas para medrar. Y a pesar de tenerlo tan claro, hay que reconocer que la clase periodística parece haberse quedado encandilada en los mismos sillones, cambiando el contrapeso por la facilona equidistancia y dedicarse, simplemente, a teclear lo que dicen unos y otros. Llevamos demasiado tiempo ladrando contra quienes señalan con el dedo a esta profesión por excesivas malas praxis y debilitada por una opinión pública que prefiere gañir en las redes antes que debatir en los cenáculos de quienes tienen la obligación de promover un derecho tan esencial como es el de la información. En algún momento tendremos que redimir esta estrategia en la que el silencio de quienes deben informar rechina entre la divulgación de engaños bien adornados con el lacito de la manipulación. A pesar de las evidencias, resoplamos con tantos ataques y embestimos con nuestro propio victimismo. Dejamos entre dos aguas a la ciudadanía que continúa esperando a los dueños de esas “mentiras de nadie” para seguir remando hacia algún sitio. Todo un despropósito que nos pillará demasiado tarde para levantarnos del insidioso sillón.



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