EL REEMPLAZO DE LAS IDEAS


 Septiembre siempre sabe a tiempo de recogida, a recolección de aquello que ha necesitado tiempo de cuidado y espera. Sin embargo, nuestro presente se repliega más a la prisa y la incapacidad de repensar demasiada inmediatez que desbanca el entender de los hechos y sus consecuencias. Un talante que desprecia las ideas y su reflexión y los datos con su explicación. La filosofía y la ciencia han quedado desbancados de nuestra oratoria pública irremediablemente.

Es cierto que tenemos demasiados voceros oficiales y oficiosos de este desequilibrio humanista que nos lleva a repartir argumentarios intrascendentes sobre todo lo que nos pasa. Nada que entender de la sabiduría y la enseñanza de profesionales que estudian e interpretan cualitativa y cuantitativamente lo que fuimos por aquello de comprender lo que podemos llegar a ser. Un descrédito que hemos generado con desparpajo a pesar de reconocernos en el analfabetismo de muchos conceptos. El frentismo hacia los derechos humanos, la igualdad o el cambio climático nos está empujando a dirimir entre hechos y especulaciones sin fondo ni soluciones. Un paso más en ese síndrome que llevamos a pies juntillas para culpar a los demás de nuestra propia estrategia. Una proyección hacia el contrario de todo lo que repudiamos pero que, sin embargo, nos pertenece.

Comienza a ser indecente el ataque constante de quienes insultan como argumento correoso para atacar otras formas de ver la realidad. Y lo peor de todo es que esta actitud rompe uno de los elementos imprescindibles de la democracia, el respeto por lo diferente y el debate como solución.

Sin demasiada consciencia estamos sustituyendo valores que consiguieron dejar atrás la desidia social, evitando el estorbo despótico frente a las enseñanzas que nos hicieron ricos como sociedades democrática y de derecho.

Dice el filósofo francés, Edgar Morín, que el gran reemplazo que de verdad nos amenaza es la sustitución de “las ideas humanitarias y emancipadoras por las supremacistas y xenófobas”. Y esto sí que conforma un peligro que simplifica la distancia social desde la polarización partidista. 

Algo huele a deterioro mientras sumamos nuestro argumentario al eslabón de quienes siempre defendieron otras formas y modos desde el silencio, frente a una sociedad que ansiaba la suma y que les ganó la partida ante la discordia y el negacionismo como táctica. Tal vez deberíamos superar el señalamiento permanente con una visión más holística de los hechos que, como defiende Morín a sus 104 años, nos auxilie desde una enorme cultura planetaria. Desgraciadamente, ese concepto seguirá siendo demasiado complejo para una actualidad que sigue en venta desde el simplismo de unos cuantos estólidos envalentonados con la ignorancia propositiva y la pseudociencia, que siempre acecha.

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