LA TRANSPOSICIÓN DE LA FIESTA DEMOCRÁTICA

 


Decía el político alemán Joseph Goebbels en sus principios propagandísticos nazis que se tenía que convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en una amenaza grave. Una expectativa delirante para un presente demasiado incierto por donde arrastrar a las masas comunicativas hacia la reacción exacerbada contra los opuestos. Reconozcamos que aquella estrategia fue poderosamente efectista para una sociedad que empezó a ver demasiados enemigos y así poder justificar sus propios errores de parte. Pero también nos llevó al peor conflicto bélico del siglo pasado, arrasando con media población y dejando un boquete genocida en la historia de todos. Llevamos varias décadas recordando aquellos años oscuros de involución democrática, que aireó tantos errores que posibilitaron el levantamiento de una parte de la ciudadanía a los estereotipos que siempre se basan en la sentimentalidad como eje para embaucar la razón de su necesitada crítica. Y a pesar de saber al dedillo aquellas ingratas y desoladoras tácticas políticas, reaparecen en nuestro legado diario muchos tics que parecían obsoletos para esta sociedad de la información que abarata la veracidad por aquello de seguir en el monolito de nuestra propia verdad. Si repasamos el decálogo de los grandes problemas que nos rodean, supera la anécdota impropia de la realidad tangible para deslizar la gravedad de las amenazas a golpe de insulto. Reconozcamos que empiezan a florecer demasiados pechos hinchados de patrias pequeñas para conseguir el exabrupto como recurso narrativo. Seguimos deslizando nuestra pericia embrutecida donde siempre van a ganar los que aúpan sus propios errores en los odios a los contrarios. Un principio de transposición que se quedó hace ya demasiado tiempo enquistado en el alma de las democracias libres para explosionar en el momento oportuno. Nos quejamos desde los principios adulterados de nuestros propios defectos buscando la bendición facilona de quienes perdieron frente a la justicia y la paz mundial. Y, sinceramente, bien merecemos un buen rapapolvo por dejar de construir nuestro pensamiento y dejarlo en manos de quienes nunca representarán esos valores. Nos esperan demasiadas anécdotas que seguirán desequilibrando la gestión responsable de los bienes colectivos, donde se encuentra el corazón de una sociedad que apela demasiado al mensaje rápido para olvidar en el embudo silencioso nuestro propio destino. Y allí quedará nuestra distracción hacia nuestro debilitado presente.


Nos puedes escuchar en @lavozsilenciosa.net




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