EL CORAZÓN DE LA RAZÓN

 


Decía Eduardo Galeano que “el lenguaje que dice la verdad es el lenguaje sentipensante” y que las mejores personas son aquellas que son capaces de pensar sintiendo y sentir pensando. Un concepto tan alejado de nuestra realidad actual que parece extremar las diferencias entre la reflexión y las emociones para seguir diagnosticando nuestro futuro en ese dualismo crispante donde los puntos intermedios agonizan en la razón y olvidan el corazón. Algo que no se ha producido de un día para otro porque, desgraciadamente, llevamos digiriendo demasiada cicuta deshumanista para darle sentido a esta espiral silenciosa tan indigente de justicia y verdad. Reconozcamos que el discurso público internacional promueve demasiados afectos grupales donde es difícil razonar las situaciones para entender los contextos. Conseguimos agrietar nuestra propia racionalidad desbancando al adversario por el simple hecho de existir y para depurar de nuestras referencias al contrario de parte. A diferencia de  aquellas sabias palabras de los pescadores colombianos de San Benito Abad, que luego recogieron sociólogos y poetas como Galeano, nuestra posverdad moderna rechaza demasiadas veces la razón para viajar al extremismo que siempre gana con los afectos más desordenados.

En nuestra realidad tan irritante depositamos los apegos desordenados de lo que sentimos a partir del rechazo al contrario, para seguir ganando con la bota autoritaria de la manipulación social que debilita el pensamiento crítico que tan necesario es siempre en sociedades democráticas y dignas. Olvidamos con facilidad el dolor y la esperanza para deleitar moralinas que rompen la convivencia por aquello de que siempre ganen los nuestros. Y promovemos el linchamiento facilón para seguir con la carcajada estúpida de quien se cree con la verdad en la soledad del salón. Tal vez nuestra única esperanza sigue pendiente de nuestra obligación tantas veces olvidada, de anteponer ese humano equilibrio entre la razón y el sentimiento donde se enlaza la realidad con los conceptos en base al respeto a quienes nos son diferentes. Poco nos pasa en este delirante torbellino donde facilitamos el acoso y el desprecio para seguir con la teoría que promueve aquello de que por cada golpe, dos más de respuesta. Poco nos preocupa que los dominadores del discurso nos dejen sin la iniciativa de buscar los caminos que quedan varados en el dominante pensamiento único. 

Por una vez, y viendo a nuestro alrededor, sería interesante sentarnos en la playa y recibir al silencioso pescador que sigue pensando en el mañana, sintiendo el día de hoy para reposar las redes en un corazón lleno de buenas razones.

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