TURBULENCIAS MEDIOAMBIENTALES

 


Decía el filósofo y polímata Aristóteles que “las turbulencias de los demagogos derriban los gobiernos democráticos”. Y es que el ruidoso desorden en las posiciones públicas de nuestro tiempo parecen estar dirigidas hacia un torbellino de embustes para abatir la fragilidad de esta sociedad actual. Hace ya demasiado tiempo que la crítica exigente sobre los hechos se ha quedado atrás para envalentonar el reproche continuado hacia el sentimiento de los diferentes y proseguir la moralina de las verdades absolutas. La oposición hacia las acciones ya no fecunda en alternativas para otras formas de gestionar. Muy al contrario, nos encontramos en una negación del otro por sí mismo y en la ofensa demagógica hacia quienes escuchamos. Hemos perdido el debate de los proyectos y sus conceptos para enmarañarnos entre traidores y felones que siempre acechan entre las dos bandas. Y en medio de ese motín ideológico tan simplista, reconozcamos que hemos declinado ante la esperanza de trabajar por las soluciones fortaleciendo el trapicheo electoralista.

Nadie podrá estar en desacuerdo con las reivindicaciones de un campo y un mar que, como decía Victor Hugo, habla mientras el género humano no escucha. Tal vez en esa sordera tan propia de nuestra civilización persiste, precisamente, el daño universal por aquello de seguir quemando los árboles que ya no servirán para nada a nuestros hijos. A pesar de encontrarnos desde hace décadas con una preocupante crisis medioambiental, seguimos escorando compromisos por la aversión creciente a solucionar colectivamente los graves problemas del mundo. Repartimos estopa en el terreno que pisamos sin llegar a vislumbrar el bosque que agoniza a miles de kilómetros y que irremediablemente cegará nuestra soberbia.

Mientras tanto, los fundadores del colapso político seguirán distrayéndonos con especulaciones impropias de nuestra realidad para embarrar lo poco que nos queda de certezas. Lo peor de todo es que la materialidad de nuestros problemas seguirá arriesgando nuestra supervivencia para un mundo que se nos hace ya demasiado pequeño, olvidando las desoladas tierras que ya no importan a nadie a pesar de sentirlas en nuestras espaldas. Y así quedará expuesta la mediocridad de todos, entre tanta turbulencia barata donde esconder lo que quede de nuestra democracia.

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