LA FIESTA EXTREMA

 


Recordando a María Zambrano, nuestra filósofa del siglo XX y tantas veces olvidada en este nuevo siglo, me alerta la cita que acompaña su domicilio en Madrid donde se expone que “solamente se es de verdad libre cuando no se pesa sobre nadie; cuando no se humilla a nadie. En cada hombre están todos los hombres”. Sabias palabras que desacreditan este presente que azuza el extremismo en todas sus formas y reconforta demasiados corazones reprochones para con la realidad que nos cerca.

Hace ya demasiado tiempo que la palabra ha dejado de tener el significado propio para aderezar significantes obtusos que saben de señalamientos para olvidar las causas que nos deberían preocupar. Debería avergonzarnos esta batalla de zascas ideológicos que nos aprietan los zapatos cada mañana aunque con ello sentenciemos a todos por aquello que en cada hombre habitan todos ellos. Todo un delirio para enquistar esa batalla del enemigo que tan famosos hacen a algunos políticos y otros tantos periodistas en este sin vivir diario. Extremar las posiciones, tan positivo para ubicarnos en los valores imprescindibles de cualquiera de nosotros, ha hecho aguas al olvidarlos para endiosar a aquellos que hacen más ruido para silenciar argumentos y causas que saben de nuestra vida real. Ensordecer inquietudes y necesidades para no responder al buen hacer que, con o sin rectificaciones, nos den la certeza para llegar a un buen puerto del que siempre nos beneficiamos todos.

Precisamente en ese bien común, en esa política comunitaria y en esa comunicación verificada desde todos los puntos de vista, deberían estar en nuestras exigencias cotidianas para nuestras soluciones diarias. Tanto es así que la denuncia y la protesta de colectivos profesionales o de sectores sociales deambulan entre citas de hastag para seguir el señalamiento ultraideológico como justificación de la gestión inmovilista de algo tan imprescindible como la vida que es lo público y, por tanto, de todos.

Desde que comenzó este nuevo año se atemperan los ánimos en un creciente descrédito que poco habla de realidades para seguir entre ensoñaciones de partidarios de siglas y símbolos. Nos azuzan en ese mundo de las redes sociales como el trampolín a la actualidad que sigue premiando, demasiadas veces, las bajezas comunicativas para ocultar la falta de ese contenido urgente que sepa de compromisos, resultados y advertencias vitales para nuestro cercano futuro.

Tal vez como recordaba Zambrano “todo extremismo destruye lo que afirma” y parece que nos hemos instalado en esa necesidad de destruir todo lo que huela a esa diversidad de pensamiento, de posiciones y soluciones. Y en esa perversa demolición de los pilares que saben de nuestra convivencia, la historia siempre nos da demasiados ejemplos nefastos, suficientes para retroceder en esta espiral que nos desacredita como sociedad. La fiesta nos puede salir demasiado cara.

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