ACTO PRIMERO

 


Tal vez cuando en 1964 Jean-Paul Sartre rechazó el Premio Nobel de Literatura lo hizo por aquello de que, como él mismo apuntaba, “el compromiso es un acto y no una palabra”. Tan acostumbrados que estamos al mensaje prestidigitador de demasiadas disculpas sociales, debería ser casi una obligación comenzar a poner el punto de nuestra propia responsabilidad en nuestros hechos y en los actos de los demás. Dando por perdida la batalla aquella de que saldríamos mejores tras esa inesquivable pandemia que sigue a nuestra sombra, y sabiendo que para ello tampoco hemos tenido un buen ejemplo representativo, reconozcamos que parte de nuestras penurias se quedan enmarañadas en los prototipos especulativos de la política actual. Durante estas semanas hemos recibido todo tipo de denuncias sobre la situación de nuestras personas mayores, con eslóganes sobre nuestro compromiso con aquellos que nos preceden en edad y vida y las migajas que les da el sistema que vivimos. Llenamos de indignación nuestra mirada para darle la razón a aquellos que siempre tienen la disculpa en el patético campo partidista intentando censurar la estafa social que parece nos acecha en cada movimiento de la ciudadanía. Hemos entrado en una peligrosa espiral de descrédito para con aquello que no conviene al armazón que hemos institucionalizado entre todos. Asuntos tan importantes como la sanidad, la justicia, la dependencia, los servicios sociales, tan respetados entre palabras con sordina constitucional, son vapuleados entre graznidos de pseudoexpertos de la propaganda de turno, para dejarlo todo al pairo de los liderazgos partidistas. Mientras tanto, si socialmente se exige algo más allá de la palabra de querubín, aparecen los congraciados de siempre para desviar los actos y seguir entre las bambalinas del esperpento inmovilista de siempre.

Ante todo esto, convengamos que seguimos teniendo en las manos la posibilidad de seguir cumpliendo con aquello que también explicaba nuestro filósofo novecentista Ortega y Gasset cuando decía que “sólo se aguanta una civilización si muchos aportan su colaboración al esfuerzo. Si todos prefieren gozar el fruto, la civilización se hunde”. Y en ese aportar, también nos encontramos cada uno de nosotros que, con silencios o miradas de reojo, asumimos el inmovilismo que siempre sabe morder al compromiso social. Tal vez nos llega el tiempo de ordenar afectos sobre lo que podemos hacer y exigir y reeducar a una clase política que desborda verborrea para agarrotar demasiadas carencias y maniatar el destino común dejando la cesta de los frutos compartidos vacía de compromisos que nos obligan a todos. Menos mal que siempre es demasiado pronto para abandonar.



Comentarios

  1. Pensar que la mayoría de nuestros dirigentes conviertan en actos o realidades sus compromisos, es como pensar que los poderes facticos que gobiernan el mundo lo hacen para beneficiar los intereses de los pueblos.
    Cualquier político que califica de gente de bien a la banca, las energéticas, las distribuidoras de alimentos y la iglesia es que o es tonto (cosa muy poco probable) o que antepone los intereses de unas pocas gentes de bien, frente a la mayoría que llevamos capas rojas, tridentes y rabo.
    Sabio país el nuestro a la hora de elegir a nuestros gobernantes.

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