LAS FOSAS OLVIDADAS

 


Hace no tanto tiempo me enteré que el cementerio de mi aldea cobijaba una pequeña y esquinada fosa donde descansaban algunos desconocidos de aquellos tremendos tiempos de la guerra civil. Debo reconocer que me impactó ese descubrimiento absurdo de las injusticias que antes o después siempre impregnan la historia de nuestra existencia. Una información que venía casi en un susurro tan propio de los silencios de aquella época de miedo y resignación. Una metáfora en sí misma donde desaparecen los nombres propios y de los que ya nunca sabrán ni familiares ni amigos dónde quedaron sus huesos para pernoctar la eternidad del olvido. Por lo menos, tras la desnudez de su muerte en una cuneta del camino, encontraron un lugar donde sus gentes compadecieron el frío cruel de la guerra a quienes no conocían y, tras el peregrinaje de sus gentes hasta el lugar de la infamia nocturna, decidieron dejarlos en un pequeño trozo sagrado donde la mayoría pensaba que podrían ser cobijados. Tampoco faltan otras situaciones dolorosas como la de aquellos que cayeron en la contienda pero que nunca pudieron volver para ser honrados al lado de sus familias y que ni si quiera pueden ubicar en qué lugar de aquella batalla sirvió para dejarlos en ese sueño eterno demasiado brusco en sus vida. En estos días, nuestro país redobla esfuerzos para honrar a quienes nos dejaron. Tiempo de añoranza salpicada entre flores de santos que dejan en silencio el barullo de siempre para mirar en un breve soslayo los troncos que siguen cimentando esta vida que nos parece, a veces, tan ingrata y decepcionante.

A pesar de tantos avisos de nuestra propia historia, somos capaces de descomponer lo peor que fuimos para seguir avivando demasiados odios y dar un intrépido paso en nuestra distopía de siempre. Será porque seguimos encogiendo nuestro destino global, convirtiendo nuestra responsabilidad personal y social en un mero trámite donde depositar unos cuantos años en manos de quienes elegimos para olvidarnos de algo tan meritorio como el bienestar público y universal. Siento una cierta preocupación al aproximarme a ese sentimiento de indiferencia que sigue fabricando razones para la falta de compromiso con lo que tenemos delante de nuestras narices. Si ya llevamos demasiada posverdad para cavar nuestra propia fosa de olvidos, se me eriza el pensamiento al descubrir quiénes quedarán para los oficios en esta época de demasiadas pérdidas. Mientras regreso como todos los años a rendir respetos a quienes recorrieron antes que yo este caminar casi vitalicio, recuerdo las palabras de la escritora y columnista turca Ece Temelkuran, que en su ensayo “Cómo perder un país” nos indica eso tan importante de que “nuestro error no fue dejar de hacer lo que podíamos, sino saber que debimos hacerlo antes”. Todo un infernal paraíso para tontos en el que ni florecerán los crisantemos.

Comentarios

  1. Como ocurre en todas las guerras los muertos del lado vencedor son héroes que hay que recordar y glorificar, y los vencidos son terroristas, asesinos y seres sin sentimientos que hay que olvidar.
    Tengo una pregunta. ¿Por qué la iglesia, los ricos, los militares y la policía están siempre en el lado de los vencedores?

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