EL NEGOCIO DEL ENEMIGO

 



Ya nos lo recuerdan todos los días los diversos medios de comunicación sobre la cercanía a la cita electoral para comenzar a destripar entre encuestas siempre con contrapesos, sobre lo que vamos a hacer la mayoría silenciosa que seguimos ahuecando el ala de esta insensata actualidad tan polarizada de los interesados perpetuos. Y con ese recordatorio unánime comienza el frenesí de quienes alientan esa precampaña ya tan incesante como el rayo que no cesa de nuestro poeta Miguel Hernández, que con tanta crispación “picotea mi costado y hace en él un triste nido”. Una licencia poética para la labor de observar este tiempo que derrocha adjetivos, olvidando los complementos que arañan nuestras circunstancias y desatando siempre el insulto o la verborrea más irresponsable.

Reconozcamos que los caminos que comienzan a recorrer algunos líderes de la política replantean demasiadas carencias sobre valores insignes en el buen hacer de lo público. Intentar repartir estopa a todo lo que no suene a su ideario, ratifica el mal concepto de una ciudadanía diversa y diferente con sus circunstancias y sus sentimientos. Nunca la feria va al gusto de todos, por supuesto, pero eso no significa que la culpa esté en el bazar que nos ha tocado vivir. Mientras unos no se fían de los datos del gobierno, otros interpelan la falta de propuestas para salvar esa acritud constante en nuestros días de posteridad a tanto esperpento cotidiano. Nunca fue fácil lidiar con la coyuntura presente, aunque reconozcamos que las hemos tenido peores, tanto en forma como en fondo. Sin embargo, considerar que no hay nada mejor a las políticas del siglo pasado podría ser uno de nuestros pecados capitales para seguir retorciendo destinos. Será por eso que los de siempre se rearman de titulares con pocos caracteres para conseguir unos cuantos clics y demostrar su ego ante las redes sociales, que siguen sin representar una mayoría minoritaria de todo lo que somos.

 Decía Martin Luther King que “para tener enemigos no hace falta declarar una guerra; solo basta decir lo que se piensa”. Y eso sí que desmerece a una sociedad que considera la pluralidad uno de los ejes más significativos de nuestra democracia. Lo malo es que, además, nos estamos acostumbrando a utilizar eso tan imprescindible como es crear opinión y pensamiento crítico en una disparatada carrera de palabras, que saben más a cañonazos que a crítica, para desperdiciar lo más esencial como es el diálogo y la posibilidad de acuerdos entre partes, por aquello de seguir atesorando el bien común. Por el contrario, nos encontramos con ese estúpido negocio del “enemigo” para contrarrestar la falta de compromiso con la convivencia de una totalidad que sigue respirando a pesar de todos.

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