ENTRE MONEDAS Y BILLETES

 

Siempre me pareció interesante esa línea de trabajo relacionada con la economía social y solidaria, que encontró su origen en aquel siglo XIX con la necesidad de crear nuevas redes de cooperativismo y sociedades mutualistas de la era moderna. Un marco diferente para las nuevas relaciones productivas que tuvo su esplendor en diversidad de proyectos que a día de hoy todavía fortalecen esa otra forma de crear nexos laborales diferentes. Es cierto que con el neoliberalismo y sus propias crisis actuales, las iniciativas económicas sociales perdieron el paso en medio de tanto barrizal con las depresiones financieras que tan bien conocemos.

Con todo, debo reconocer que esta semana escuchaba en una tertulia que a pesar de los datos de nuestra economía, con sus pros y contras, y con la teoría económica en la mano, no se podía calificar la situación de recesión, por lo menos, durante este año. Reconozco que me quedé satisfecha con la puntualización tras tener que sufrir un día sí y otro también esa pregunta repetitiva sobre tantos futuribles. Pero es en ese momento cuando escucho un concepto que siempre había relacionado más con el marketing que con la pura economía: la psicología económica. Y como pasa siempre en los medios de comunicación, las explicaciones son parcas para que el significante quede englobado en el mensaje particular que se quiera promover. En este caso, para dar credenciales de fiabilidad a ese estado neurótico de la ciudadanía que, según parece, estamos tan preocupados por el futuro que no dejamos pasar la oportunidad de gastar… por encima de nuestras posibilidades?…

Nuevamente la narrativa de los tiempos de los que algunos se consideran especialistas, rearma la necesidad de culparnos de las cosas grandes a pesar de nuestra responsabilidad en las pequeñas. Todo ello bien apañado en la neurociencia que casi explica todos los comportamientos pasados, presentes y futuros. Y posiblemente en casi todo tienen razón, las evidencias empíricas que observan muchas variables pero que son tan susceptibles de cambios como nosotros mismos, y mucho más cuando reordenamos las sensaciones sociales sin tener en cuenta el lastre del mensaje público. Somos la consecuencia de lo que queremos escuchar para afianzarnos en nuestro pensamiento particular, de tal manera que las materias probadas para evidenciar esa psicología económica tienen su primer sesgo entre nosotros mismos. Decía John Naisbitt que “la nueva fuente de poder no es el dinero en manos de pocos, sino la información en manos de muchos”. Posiblemente sea ese el punto crucial de este tiempo que torpedea demasiadas esperanzas de esas mañanas que siempre anhelamos, y mucho más cuando las finanzas rentabilizan más desde el pensamiento y la opinión pública que desde las monedas y los billetes. Será nuevamente la oportunidad para escoger el mensaje, desbrozar las intencionalidades y descubrir nuestro propio entorno, sin tener que deambular entre el miedo interesado y el desprecio a los datos reales. Y eso también es psicología, y posiblemente la más importante, porque nos definirá a cada uno de nosotros y como sociedad.

Comentarios

  1. Hola Sara.
    Hoy tengo que discrepar con un comentario de tu artículo, en concreto cuando dices “la nueva fuente de poder no es el dinero en manos de pocos, sino la información en manos de muchos”, me explico, el dinero está en manos de unos pocos que controlan también la información, el problema es que hay muchos medios de comunicación y tertulianos agradecidos por esos pocos.
    Yo no se si estamos en recesión o no, la verdad es que me importa poco, lo que realmente me importa es que el coste de vivir el día a día esta descontrolado, y que, los que realmente tienen el poder se están cachondeando de nosotros, incluso tiene la cara dura de llamarnos tontos y decirnos que, tenemos lo que nos merecemos porque lo hemos votado. Ponen en tela de juicio el valor de la democracia frente a un neoliberalismo salvaje, que tiene para más cachondeo el lema de la “libertad”.
    Como decían antes las abuelas ante las desgracias “Señor, ¿por qué nos has abandonado?”. Que conste que soy ateo, pero no me diréis que la frase no tiene gracia.

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