LA PALABRERÍA DE LA GUERRA

 


En una de las citas del libro de Philip Pullman, Luces del norte, se reedita un dicho muy nuestro con aquello de que “por mucho que hablemos, no cambiaremos las cosas. Si queremos cambiarlas, tenemos que actuar”. Y, ciertamente, vivimos unos tiempos maniqueos de argumentarios donde la verborrea interminable de apuntes, datos, disquisiciones incompletas y demás parentela, provocan la disrupción de esa necesaria reflexión de lo que tenemos ante nuestros ojos todos los días. Llevamos unos años donde el estruendo de acontecimientos improbables desata nuestro estupor sobre un futuro que rezuma demasiada inseguridad y queda extrañado de la esencia de cualquier sociedad: la paz y la solidaridad. A pesar de reinventar en cada momento principios de respeto y democratizar las decisiones de quienes nos representan, vemos que en cualquier tris, la decisión de unos pocos refrenda las soluciones de siempre entre arcaicos puñetazos. Todo un espectáculo que en estos tiempos alardea de directísimos momentos ante la televisión gracias al trabajo incansable de periodistas con micrófono en mano mirando no tanto el objetivo, sino vigilando la retaguardia del compañero cámara mientras el sonido de fondo y los sobresaltos luminosos acechan la tranquilidad de cualquier crónica que se precie. Seguimos en esa espiral de la incertidumbre bajando los brazos sobre esa necesidad de cambiar algo de todo lo que nos rodea. Tampoco se quedan atrás los salvapatrias que entonan en cada momento la polarización de siempre por si alguno o alguna se suma a sus propósitos maquiavélicos para llevarse la bolsa a costa de la vida de muchos. Si ya teníamos demasiadas fechas apuntadas en nuestro calendario, volvemos a redondear un dígito que sabe de guerra, con su sabor amargo de destrucción y muerte. Mientras tanto, regresan las imágenes de miles de desplazados que huyen con pasitos que saben a infancia hacia nuevos refugios donde poder apagar la luz de los misiles y el sonido de sus alarmas. Una vez más, presenciamos a nuestras puertas el declive en lo que convertimos este andar de una civilización que agota en un suspiro las palabras para vaciar la ira entre misiones belicistas que ganarán los que siguen sentados en sus sillones. Lo peor de todo esto es enterarse de los contextos que llevan fraguando nuestra situación actual. La continuidad en la narrativa de los hechos hace siempre punto y final al seguimiento de cientos de conflictos que quedan enmascarados ante la opinión pública hasta que el rey bélico recrudece sus aspiraciones. Malos pronósticos para cualquiera que haga un ejercicio humanitario y se calce los zapatos de aquellos que se arrinconan con sus hijos para proteger el bien más importante que es la vida. Ya lo decía Ernest Hemingway, “jamás piensen que una guerra, por necesaria o justificada que parezca, deja de ser un crimen”. Todo lo demás se nos antojará demasiado perverso para creer en alguna inocencia.

Comentarios

  1. Carta a los criminales que comienzan las guerras.
    Repugnante gobernante o militar que inicias una guerra: Te recomiendo que antes de empezar la guerra pongas en primera de línea de fuego a tus hermanos, hijos y familiares, adema de enviar a otro país como repatriados a tus padres, nietos o hijos pequeños, pasando frio, hambre, peligros y miedos. Si aún así, sigues pensando en hacer la guerra es por que eres un psicópata asesino sin ningún principio de humanidad.
    Repugnante asesino, nos vemos en el infierno, si te dejan entrar.

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