A LA LUZ DEL MIEDO

 


Decía el inventor Nikola Tesla que “todos somos uno. Solo los egos, creencias y miedos nos separan”. Y de esos tres actores desagregadores tenemos bastante cuerda en estos tiempos. Están de moda esos primeros que rayan el egocentrismo con quienes lidiamos demasiados asuntos que nos acechan a los ciudadanos de acera diaria. No hay nada mejor que prestar oído a la cadena de declaraciones que nos ofrecen incesantemente en los medios de comunicación para aparejar los intereses personales de quienes representan algo más que a una ciudadanía e intentar llenar con un nuevo vocerío el globo de las siglas de turno. Tampoco nos sirven en demasía cuando lo imprescindible es alejarse del debate y retorcer cualquier hecho o dato para distanciar posturas en esa polaridad tan arraigada en la política actual. De esta manera el hueco es cada vez más incesante, dejándonos a todos en los lados de ese abismo de contrincantes y con los pies bien juntitos a la orilla del barranco. Pocas oportunidades para dar un paso al frente y lidiar con la cosa pública que tan desarreglada tenemos. Justo ahí aparecen los miedos confiscados de nuestro día a día. Un miedo que hemos visto cómo utilizamos para tomar las peores decisiones cotidianas, remezclando el egoísmo personalísimo para acaparar cualquier cosa material desde el dicharachero bolsillo de unos cuantos, que para eso unos tienes más y otros, los de siempre, no tienen. Todo un bucle absurdo donde prevalece una vez más el clasismo de un oportunismo consumista que al final pagaremos todos. Demasiado miedo terrenal que aprovechan bien para esa propaganda que abunda en estos tiempos demasiado frágiles socialmente.

Y entre egos y sobresaltos pasamos los días intentando reconfortar alguna creencia a partir de quienes nos quieren enfrascar en la tirantez de los hechos y convencernos que las ideas, al fin y al cabo, deben ser los dogmas con obligación de fe. Para ello no hay nada como escuchar los relatos bien trufados de adjetivos descalificativos, que posteriormente se repiten en cascada en las redes sociales, para abundar en esas congregaciones de hooligans que sirven para cualquier descosido. Todo un ceremonial de estos tiempos oblicuos que descentran cualquier intento de cordura para sacar en claro algo que verifique un hilo de esperanza y racionalidad. Tengo la sensación de que hemos olvidado demasiado pronto los valores que asumimos para vivir entre la libertad al prójimo y el respeto a nuestra formación personal. Reconozcamos que es más fácil seguir autoconvenciendo a nuestro ego de verdades a medias y justificar nuestros miedos para seguir haciendo coros a las creencias que más nos convienen. El tremendo lío de todo esto es que, al final, y como recordaba el padre de la corriente alterna, “Si tu odio pudiera convertirse en electricidad, iluminaría a todo el mundo”. Y, desgraciadamente, de los iluminados de siempre ya vamos sobrados.

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