EL AGUA Y LA PIEDRA

 


Entre el inmenso rimar de nuestro Lope de Vega encontré hace tiempo un romancear atemporal de los que sirven para reflexionar la vida de vez en cuando. Y en esas odas a la soledad, el fénix de los ingenios decía que el ingrato el bien escribe en el agua, el mal en piedra.” Y queda que ni pintado en este tiempo de mareas informativas, donde se cincela tanta desventura en este muro de lamentaciones que cada día se hace más osadamente altivo.

Mientras tantos, dejamos fluir a la deriva cientos de bienes sociales y humanitarios que intentan desbordar demasiadas penas individuales, las cuales resultan excesivamente comunes en cualquier punto del planeta.

Sin duda estamos labrando una versión letal entre marañas de propaganda donde diariamente se talla la tabla de los mandamientos más excéntricos y vacíos para justificar el odio a este mirar con miedo a lo que significa lo diferente y diverso. Y todo ello para olvidarnos de que la gran temeridad social acecha detrás de tanto ruido en un creciente hartazgo de mentiras que, tras tanta repetición, reafirman el descrédito de todos. Un salto cualitativo hacia el desdoro de una sociedad que silencia los pecados de esta historia nuestra que tanto sabe de casacas de bandos y burlas ideológicas. Y todo a pesar de sufrir el confinamiento más estricto que nunca pudimos imaginar. Pronto hemos olvidado nuestras calles vacías y el miedo al enemigo invisible. Con diligencia hemos regresado a los posicionamientos inamovibles de nuestra propia turbación vital para amparar la necesaria sensación de sentirse en un grupo, aunque sea desde el odio y la obstinada guasa del contrario. Mientras, algunos siguen construyendo muros insufribles con cada una de las piedras que martillean insolentes las narrativas más simplonas, dejando resbalar el bien de muchos entre nuestras manos. Toda una hazaña de los ingratos que la historia siempre nos ha señalado como los causantes de la infinidad de injusticias que marcan siempre el giro inesperado de nuestro destino humanitario. En este quehacer de la actualidad seguimos dejando demasiados silencios que, al final, siempre terminan siendo las mentiras del espabilado de turno, tan señaladas por Unamuno. Parece que poco nos preocupa nuestra época para regresar al grotesco insulto a la propia inteligencia. Mucha ingratitud para los que ya derribaron demasiados muros y mucha insolencia altiva por perpetuar a ladrillazos la búsqueda infame del diferente señalado, marcado.

En verdad, no nos jugamos nada especial en estos días porque nada tiene de especial la narración eterna de los desheredados de la vida, más bien todo lo contrario. Lo que sí que se me antoja cierto es que cada jornada, y hasta cada minuto, sí que nos apostamos sin saberlo el peculio vital de nuestra propia y, a la vez, universal crónica colectiva humana. Y de ello dependerá que reconozcamos el reflejo de la luna, de esas tantas e imprescindibles Lunas, en el agua de nuestros bienes sociales que respaldan siempre lo mejor de la humanidad o que terminemos esculpiendo en piedra lo peor de nosotros mismos con el martillo de las fobias de turno. La suerte está echada.

Comentarios

  1. Por desgracia los seres humanos que hemos tenido la suerte de esculpir el relato de nuestra vida en agua, miramos con desprecio a aquellos que tienen que esculpir el relato de sus vidas en piedra, eso sí pueden esculpir alguna cosa.
    A esa gente que mira por encima del hombro los que saltan la valla o se suben en una patera, para escapar de la pobreza o de la muerte, los invitaría a convivir con ellos en sus tierras y con su gente, sólo para aprender a que son seres humanos que comparten todo lo que tienen. La pobreza tiene dos caras, una la de compartir y la otra la de comportarse como los animales irracionales para sobre vivir. El mundo rico se comporta como un animal irracional.
    Es incomprensible que ante un abrazo de humanidad, algunos aprovechen para fomentar el odio, se lo deberían hacer mirar por el médico, lo suyo no es un sentimiento, es una enfermedad.

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