LA GENTE DE BIEN

 




Decía Eduardo Galeano que “el miedo de la mujer a la violencia del hombre es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo”. Un reflejo real al que le falta el contexto de sus consecuencias tan desiguales. Llevamos tanto tiempo anclados en ese modelo polarizado y encadenado al burdo insulto como arma de razonamiento, que estamos olvidando demasiadas realidades que nos devoran el aliento de la certeza. Utilizamos la disección de las estadísticas para corregir al contrario con el único fin de extrapolar consecuencias para el beneficio de parte, por aquello de seguir ganando el discurso que interesa. De ahí las posiciones tan inquebrantables para negar la realidad a pesar del atropello de los hechos. Y en medio de todo, afinamos el doble filo de los conceptos que parecen iguales pero no lo son. La utilización de la palabra sigue siendo el desgarro más profundo de la realidad. No es lo mismo violencia familiar que violencia de género. No es lo mismo justicia social que la cultura del esfuerzo. No es lo mismo la gente de bien que el bien de la gente. Gracias a esta dicotomía, nos simplifican el desacuerdo entre discursos solemnes que juegan un trepidante viaje hacia el reduccionismo de los argumentos para seguir impasibles en la poltrona de nuestra posición. Mientras unos encuentran siempre a los culpables de sus especulaciones, otros reivindican la urgencia de soluciones todavía tan lejanas. Poco nos pasa mientras aferramos la conciencia a otro estereotipo tan vinculante a la vida pública, donde ponemos rasero de igualdad a lo peor de quienes nos representan. Mientras tanto, seguimos escandalizados con datos y números que dopan el debate público para esclarecer posiciones y soluciones. El hartazgo de este esperpento consigue una vez más el atrincheramiento del negacionismo en la narración como la tercera vía que siempre nos salva de todos los males. Una estrategia demasiado conocida para apostar nuevamente a tanta mediocridad. Seguimos defraudando a la diversidad y a la igualdad social envalentonando la libertad individual como contraria a la libertad colectiva. Tal vez, como decía Maquiavelo, “el mal se hace todo junto y el bien se administra poco a poco”. Y entre las prisas de algunos nos quedaremos con la ruina para todos.


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