LAS DOS CARAS DE LA VERDAD

 


Tal vez, durante estos últimos días hemos vivido con un acierto fugaz esa lección vital que siempre debería rodear nuestro quehacer reflexivo. Esa estabilizadora sensación de encontrar todas las posibilidades ante hechos llenos de aristas. Esas dos caras de la verdad que nos acompañan cuando actuamos con el imprescindible pensamiento crítico y responsable. Se diría que con todas las opciones que tenemos para zambullirnos en la inmensidad de las fuentes informativas, sería facilísimo permanecer en esa inquietud sobre la necesidad de saber. Sin embargo, reconozcamos el tremendo error de cálculo en este desenlace donde nos gana la partida diariamente la desinformación o, casi algo peor, la información de parte. Si no teníamos bastante con las acciones bélicas que reparten saldos a ambos lados, ahora reivindicamos con destreza el cara a cara para excluir siempre a alguna de las banderas de las banderías. Tal vez como reflexionaba el investigador Boch, de la película de Michael Connelly Las dos caras de la verdad, las certezas parecen quedarse enganchadas en alambres de púas para descubrir que siempre hay una parte que te libera y otra que te sepulta en la oscuridad. Y en esta dicotomía que enreda entre alambres la desesperanza por un mundo más solidario, justo, resiliente con el débil… apostamos por seguir en una espiral que nos deje cómodamente en frente de los problemas de los otros. Tanto es así que nos sirve ya casi todo para justificar el inmovilismo y seguir pudriendo soluciones y resoluciones que alberguen algo más de luz en este túnel sangriento de muerte y destrucción. Somos capaces de poner etiquetas a las víctimas para seguir arrastrando contextos que solamente nos traerán más miseria humanitaria.

Decía el excanciller alemán, Willy Brant, que permitir una injusticia significa abrir el camino a todas las que siguen". Y parece que llevamos demasiado tiempo mirando hacia otro lado permitiendo esa iniquidad que siempre nos depara la violencia. La apuesta por pacificar los conflictos y la necesidad de sacar banderas que sepan a perdón y reparación ha quedado tan extirpada de la geopolítica internacional que parece toda una estrategia para seguir informando sectariamente y apelotonarnos en la parcialidad de turno.

Por el momento, nos queda la sentencia de seguir pasando ráfagas de las últimas imágenes para prometernos una larga crisis humanitaria que, como bien nos enseña la historia, nos afectará a todos con el vicio de la indiferencia. Y en las púas de los alambres quedará irremediablemente el tremendo silencio de los inocentes.

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