EL FRÁGIL HILO DEL TIEMPO


 


En este tiempo de regreso, donde iniciamos alguno de los interesantes compromisos veraniegos, deberíamos sumarnos a ese arte imperecedero de la lectura, esa que siempre enseña y recopila las herramientas para alcanzar algo de sabiduría personal. Y viendo el panorama relator de la vida pública, creo que es imprescindible un recitado tranquilo y pausado de esa ley de leyes que últimamente nadie se quita de la boca. Esa constitución del 78 que tantas esperanzas trajo y consiguió impensables consensos por aquello de construir una democracia tan ansiada socialmente. Fueron buenos tiempos para redirigir pasos acertados donde lo importante era más aplaudido que las interpretaciones de parte. Nos queda muy lejos esa etapa que parece tan lejana, pero que si la releemos supera con creces la pluralidad social y política que revuelve e indigna nuestro presente. Tanto es así que algunos protagonistas de aquel ciclo vital de nuestro país interpelan con prepotencia la intelectualidad constitucional amparada en algo tan ilegítimo como mezclar la ejecución con los bienes jurídicos que siguen cobijando a la totalidad.

España no es la del 78 pero nace de aquel periodo que necesitó muchas puntadas para redimir demasiados pasados oscuros bajo la tutela de una soberanía popular que podía sacar pecho de su madurez. Por todo esto, y con la responsabilidad de todas las generaciones que conformamos ese poder en el pueblo español, puede ser imprescindible recapitular ese corto articulado que sigue presidiendo el valor superior de nuestro ordenamiento sociopolítico. De esta forma nos podríamos ahorrar el aleccionamiento sobre las ataduras o no de esa madre jurídica de nuestro país. Tal vez, lo intolerante es precisamente esa acritud contra el respeto a quienes han votado para dirimir estrategias que albergan demasiados intereses numéricos para echar por la borda la ideología particular de cada uno de los proyectos con los que en campaña alardean unos y otros. Por su parte, nos quedan esos padres del tiempo que en lugar de recordarnos las batallas lidiadas en esa transición que tanto enorgullece, nos dan una clase efímera donde se rayan demasiados renglones torcidos por aquello de no dar cuentas propias de los que fueron. Decía Francis Bacon que “el hombre que no teme a la verdad, no tiene nada que temer a las mentiras”. Lo peligroso es que algunos ya no temen las verdades por aquello de vivir en el fango de demasiadas mentiras.


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