EL VENTAJISMO DE LAS BUENAS ACCIONES

 


Decía Jean-Jacques Rousseau que “una ventaja de las buenas acciones es que elevan el alma y la predisposición para hacer otras mejores”. Seguro que cualquiera de nosotros hemos experimentado algo parecido en nuestra caminar cotidiano. Un sentimiento que, desgraciadamente, no se ve multiplicado en eso de la cosa pública que tanto nos afecta a todos y que, últimamente, solo sabe de reproches y chirridos absurdos donde se torna a cambiar, con demasiada frecuencia, por los esquemas de turno que más y mejor nos identifiquen con las diversas proclamas microfónicas diarias. Una recreación de la realidad que se retroalimenta desde las mal llamadas redes sociales, absorbiendo la radicalidad de unas cuantas minorías. Llevo más de un año reflexionando sobre la preocupante situación que vivimos. Una pandemia incierta de demasiadas multirrealidades acechando la línea de flotación entre la salud, la enfermedad y las consecuencias económicas que, desde el principio, descarrilaron con la esperanza de muchos y la incertidumbre de otros.

A pesar de toda la solidaridad que en un principio le ganó el pulso al miedo y, en muchos casos, a la soledad de la ciudadanía, despistamos parte de la ansiedad colectiva con alguna que otra charla entre balcones y los guiños en los paseos limitados de las primeras tardes de aquella primavera silenciosa. Hay que reconocer que las ya tan familiares mascarillas nos dejaron un nuevo formato comunicativo donde fijarnos más en la mirada que en el mensaje explícito que pretendían. Y precisamente ahí, en ese mirar se desentrañaba la posibilidad de elevar el alma por las buenas acciones de las que andamos tan necesitados.

Aprovechando que sus señorías se tomarán unos días de vacaciones, sería toda una oportunidad social reponernos de estos últimos meses donde se habla más de las contras partidistas que de las acciones comunitarias que entretejen las buenas oportunidades de las que dependerá el futuro que tenemos por delante. Tengo la sensación de que socialmente empezamos a estar hartos de esos perros del hortelano que ni hacen ni dejan hacer, aunque sobre el papel cueste reconocerlo. La maraña de nuestros pilares democráticos empiezan a tener demasiados vasos comunicantes, devastando ese equilibrio equidistante del pobre Montesquieu. Demasiados hilos rojos entre la justicia y la política o las líneas editoriales de nuestros necesarios medios de comunicación. Empezamos a desacreditar la pluralidad para dar demasiada vanidad a quienes abanderan posturas únicas y excluyentes, que saben más de desprecio al diferente que al respeto colectivo de lo que somos. Esta España nuestra empieza a estar demasiado encabezada de partidismos viscerales para acallar el murmullo diario de sus gentes. Todo un error del marketing político que vive a espaldas de las realidades mundanas, ya que lo único que importa es la numerología electoral. Comenzamos a creernos ese cortoplacismo democrático donde parece que sólo cuenta la próxima batalla en las urnas, diluyéndose entre los dedos de todos la necesaria oportunidad que no podemos perder en este tiempo imprescindible de recuperación. Será que nos hemos olvidado de la necesidad de mejores acciones y menos eslóganes de cartelería barata que nos deje sin la predisposición de alcanzar otras mejores que construyan un país que todos merecemos. Estoy segura que desde nuestra iniciativa colectiva lo estamos intentando. Lo único que falta es que quienes nos representan, desde esa pluralidad que somos, aprendan del ventajismo de las buenas acciones.

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