EL MURMULLO DE LOS DÉBILES


Decía nuestro dramaturgo internacional Jacinto Benavente que “Una idea fija siempre parece una gran idea, no por ser grande, sino porque llena todo un cerebro”. Se me antoja que algo parecido hemos estado haciendo durante estas últimas décadas. Acostumbrarse a ese pensamiento único que parece ir cegando el sentido crítico de lo que somos y sentimos. Toda una depreciación para esta sociedad que construimos y que, últimamente, desorienta la eficacia que supone compartir diferencias para construir caminos diversos hacia destinos más exquisitos.
Y no será porque los días y las noches de este ya excesivamente envalentonado 2020 no nos den motivos para reordenar la convivencia y reflexionar sobre aquellas soluciones costumbristas que ayuden a innovar algo más de lo que tenemos. Muy al contrario, revivimos las horas del día anterior donde vuelven a repetirse titulares desinformadores o donde nuestros políticos aderezan su discurso aprendido para responder por peteneras ante la obligada labor periodística de preguntar y repreguntar. Al final, ni tenemos respuesta ni repregunta. Nuestro cerebro colectivo parece congestionado de clichés fijos que nos alejan en esa espiral del silencio, donde solo entendemos aquello que apuntala nuestra inmovilizada postura personal o el estereotipo de turno con el que salimos cada día a pasear tanta arrogancia.
Así seguimos anclados a errores repetitivos, a pesar de que desgraciadamente en estos tiempos de pandemia se nos pueda ir la vida sin darnos cuenta. Miramos alrededor, y en pocas horas hemos entendido que todos los males vienen del mismo lado. Antes eran los intereses políticos, ahora son los jóvenes irresponsables, y mañana podremos ser cada uno de nosotros como cultivo de chivos expiatorios y así poder continuar con el circo mediático de los todólogos de turno.
En este segundo trimestre hemos pasado de escondernos del virus a sacar la estupidez más barata de nuestro comportamiento. Sería de agradecer que el quehacer de nuestros representantes políticos se acunara en esta desdicha sedienta de colaboración y solidaridad para encontrar mejores posiciones en un buen empuje hacia tiempos superiores. Mientras tanto se redoblan esfuerzos en las rotativas para sacar tajada en las portadas diarias, a pesar del descrédito que conllevan ante la falta de certezas. Toda una mediocre azaña para seguir dando vueltas en ese bucle de incondicionales de las siglas que seguirán alardeando desde la fijeza de su ideario.
Pocos días le quedan a este mes de julio que, como los anteriores, nos recordará este tiempo de nueva normalidad, que sabe de caminatas y prisas pero que nos deja miseria para pensar y entender una nueva manera de afrontar la vida colectiva. Y en ello la responsabilidad pasa por cada uno de nosotros. Tanto da que seas trabajador de horario, como gestor de lo público. Tanto da que seas abanderado de cualquier colorimetría partidista o seas parte mayoritaria de los votantes sin adscripción. Poca diferencia si eres responsable de gobernar como de ejercer la oposición de ese gobierno. Pero donde posiblemente sí que estamos perdiendo la oportunidad es en esa obligación democrática de promover el debate público de las ideas, las decisiones o las discrepancias. Ese magma que siempre ha significado crecer entre todos y por todos, desde el respeto y sacudiéndonos la rabia intolerante. Parafraseando al autor de La malquerida, al final nos encontramos en el tiempo donde “si murmuras la verdad, aún puede ser la justicia de los débiles, pero la calumnia no puede ser otra cosa que la venganza de los cobardes”. Y en esa dicotomía no se puede, indefectiblemente, estar de los dos lados.

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