LA ESCALADA INFINITA


Sin duda, las semanas tan recientes de este confinar y desconfinar pasarán a la historia universal y, especialmente, personal. Nuestra infancia será la que escondimos en nuestras casas; nuestros jóvenes, los que heredaron una de las crisis económicas más abrumadoras de nuestra existencia; y nuestros mayores, los que dejamos partir, en muchos casos, con la mirada apretada hacia un infinito imaginario de consuelo.
En conjunto, todos transitaremos parte de este tiempo que, como una bofetada, frenó el futuro tal como lo teníamos programado, o más bien, imaginado. Nos gusta el futuro, ese tiempo que nunca alcanzamos, pero que nos sirve para ponerle zapatos a ese quehacer diario que arranca las hojas de este calendario de 2020 impregnado de algo o de alguien, entre el dolor o el miedo que tanto paraliza y aprieta.
Pasado lo peor de esta pandemia, por el momento, también regresa ese ruido demoledor de las grandes crisis. Mientras desescalamos el regreso a las calles con esa distancia física que nos perseguirá durante mucho tiempo, palidecemos con la crítica, las opiniones y el desarraigo social, regresando a la mensajería inquietante del oprobio político y la disparidad obtusa de la propaganda que siempre reparte banderas para dividir en los viejos y caducos frentes, tan poco necesarios en esta época hambrienta de consensos.

Decía Pitágoras, el matemático de Samos, aquello de “Mide tus deseos, pesa tus opiniones, cuenta tus palabras”. Poco de esto nos queda en esta escasez de referentes solidarios y de juicios equitativos, pero con excesivas palabras sabedoras de consignas partidistas. De alguna manera, estos tiempos deberían enseñar a mejorar objetivos para ese futuro que tanto anhelamos y garantizar algo superior para quienes vienen detrás. Incluso podría ser la oportunidad para aventajar a esta historia presente, tan huérfana de la lozanía de lo nuevo. Y, tal vez, podríamos rebajar esa histriónica necesidad de liberar nuestras opiniones del facilón insulto o el dañino comparativo de lo peor de nuestras conciencias. Las redes sociales nos han dado la pequeñez de vomitar una suerte de iteraciones cacofónicas hartamente oportunistas, dejándonos desamparados de la construcción sensata de reflexiones propias. Una escalada infinita hacia cordilleras obtusas que ya conocemos de nuestra propia historia, y desde cuyas cimas se atisban, como bien sabemos, esos barrancos ideológicos funestos por los que a cualquier sociedad despeñada se le antoja difícil poder retornar. Demasiado discurso con embocadura arribista y vacío de la realidad social que conformamos entre todos.
Recordando otras palabras más sonoras como las de la poeta y diplomática Gabriela Mistral, podría ser que “los tiempos más felices de la humanidad, son las páginas vacías de la historia”. Que duda cabe que no estamos en los mejores tiempos de nuestra cronología vital. Pero también nos sabemos obligados a escribir de nuestras manos algo más allá de lo que pensábamos. Toda una oportunidad para este tiempo precipitado de presentes inciertos, que sigue buscando un risco para dejar de mirarnos el ombligo y levantar la mirada hacia nuevos horizontes. A lo mejor, en la ausencia de ladronzuelos aprovechados que siempre pregonan indiferencia, tendremos la infinita posibilidad de escalar una historia mejor.




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