BAILAD, BAILAD...MALDITOS.




Foto: SaraMarFer
Menuda semana de incertidumbre en las noticias y de vergüenza en las palabras. Sinceramente, creo que nos hemos acostumbrado a las mentiras infinitas de todos los días. Recibimos diariamente lecciones de estupidez para intentar entender la actualidad de tanto investigado, conversaciones pseudoprivadas, comentarios moralizantes y deseos de feliz descanso, que ya llegará mañana para volver a empezar.
Creo que a los ciudadanos nos tratan como pobres danzantes del tiempo. Nuestra realidad, que siempre queda acotada al día a día, nos la presentan con una temporalidad infinita, sin prisas para las soluciones, desgastando cualquier esperanza. Los ciudadanos tenemos la obligación de cumplir miles de plazos, de aprovechar cada segundo para los deberes cotidianos, de correr para alcanzar algo de tiempo para mirar al cielo, aunque sea de vez en cuando… Mientras tanto, los responsables de nuestra representatividad alargan su espacio, sin necesidad de tiempos, a pesar de la premura de la actual situación política, de la descomposición definitiva de los equilibrios sociales… A pesar del sufrimiento real de muchos que quedan acallados con los rastros macroeconómicos estáticos plasmados en las portadas de la actualidad.
Corremos para ganar el tiempo que se escapa cada día, mientras los gobernantes de nuestra sociedad paran los relojes entre cumbres internacionales, plenarios de reproches, comparecencias públicas para pisar espacios informativos y, si hace falta, algún que otro congreso que sirva para seguir mirándose el ombligo. La agenda ciudadana, en cambio, sigue arañando segundos para ganarle la batalla al paro, a la falta de oportunidades de nuestros jóvenes, a la necesidad de no gastar por encima de nuestras posibilidades, a luchar por la igualdad de oportunidades en la educación y en la sanidad, a apoyar a un vecino que sigue en la cuerda floja del desahucio de su vivienda, para enterrar a nuestros muertos que se dejan la vida corriendo por la esperanza de prosperar, a pesar de su sueldo precario,  y a seguir mirando el contador de la luz, no sea que el próximo mes tengamos un problema más.
Mientras tanto, aquellos que se preocupan de lo público, eso que significa que es de todos, atemperan su discurso en las butacas principales del teatro, bien vestidos, sin perder las formas y pobre del que se salte la etiqueta. Y si tenemos problemas de escenario, como ya nos recuerda alguno que otro, “son cosas que pasan”. Y si a alguno se le ocurre levantarse para pitar la función, se verá expulsado del espacio de confort donde ni las pisadas repican con el eco. Bailad... Que la música de cada día ya la ponemos los de fuera, donde el tiempo pasa sin investigaciones, donde decidimos en cada segundo improvisadas y precarias soluciones a nuestros problemas.  Bailad…. Mientras nosotros seguimos caminando lo que se pueda… O lo que nos dejen.

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